La puerta de la mansión se abrió con lentitud. La señora Álvarez, vestida con un abrigo oscuro y unos lentes que apenas ocultaban su nerviosismo, ingresó con paso firme pero ansioso. Había recibido la llamada de Samantha hacía menos de una hora, una llamada tensa, corta, con una sola frase clara: “Necesito verte, es urgente”.
No preguntó más. Solo tomó las llaves y fue. En el fondo sabía que esto podía estallar en cualquier momento. Y aunque llevaba semanas sin tener contacto con ella, presentía que Samantha no se quedaría de brazos cruzados. Esa muchacha, que alguna vez le pareció ingenua y débil, ahora la estaba arrastrando al centro del caos que ambas habían creado.
Al entrar, encontró a Samantha de pie junto a las ventanas, con una copa de vino en la mano, y una mirada que destilaba preocupación. No era la mujer segura de sí misma que solía mostrarse ante el mundo. Se veía alterada, como si un torbellino la estuviera tragando desde dentro.
—Llegaste rápido —murmuró Samantha, sin m