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Todos los capítulos de Mi adorable mafioso: Capítulo 111 - Capítulo 115
115 chapters
capítulo 110
Nikolai la vistió con sus propias manos. Le puso un vestido blanco. de seda, largo hasta los tobillos, con escote en la espalda.Era uno que ella solía usar cuando bailaba.Había envejecido entre telas guardadas y perfumes rancios, pero aún conservaba el olor a escenario, a vida antigua.—Vamos a intentarlo de nuevo, palomita.Svetlana no protestó.Dejó que la peinara, que le pusiera los pendientes, que le maquillara los ojos.La condujo hasta un gran salón, que había transformado en una réplica de un teatro, y ella no pudo evitar pensar en Dante, dibujando una media sonrisa en los labios que, por suerte, Nikolai no vio.Luces bajas. Un viejo tocadiscos en un rincón. Un par de zapatillas de ballet colocadas con cuidado al centro del mármol.—¿Ves? —dijo, con una sonrisa torcida, mientras servía dos copas de vino tinto—. Casi como en tus días de gloria, ¿no? —él se acercó a ella, y... ¡joder! Si no fuese porque lo odiaba con todo su ser, quizás habría admitido que lucía endemoniadament
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Capítulo 111
La casa en la que Nikolai la retenía no era un hogar. Era un mausoleo de recuerdos podridos.Había oído rumores muchos años atrás, susurros sobre un lugar al borde del bosque, aislado del resto del mundo, donde hombres del mundo criminal se reunían para embriargarse y participar en orgías, fiestas grotescas para la élite corrupta, donde las paredes eran testigos mudos de torturas y horrores inconfesables. Incluso ahora, que las habitaciones habían sido adornadas con flores frescas y cortinas nuevas, el aire seguía oliendo a miedo rancio, a sexo desenfrenado y a sangre vieja.¿Quien iba a imaginar que esa macabra propiedad perteneciera a un hombre que se iba a obsesionar con ella?Svetlana sentía el horror en cada respiro. Lo veía en las pequeñas grietas de las paredes, donde la pintura no lograba ocultar manchas antiguas. Lo oía en el
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Capítulo 112
El comedor, amplio y lujosamente decorado, parecía demasiado grande para solo dos personas. La luz cálida de la araña de cristal bañaba la larga mesa de madera oscura, donde platos de porcelana y cubiertos de plata brillaban como armas al acecho.Nikolai comía despacio, observándola con esos ojos que parecían ver más de lo que ella quería mostrar.Svetlana bajaba la mirada hacia su plato casi intacto, sintiéndose como una mariposa atrapada en una red invisible.—Te ves hermosa esta noche —murmuró él, con la voz tan suave que la piel de Svetlana se erizó—. Sabes lo mucho que me gustas, ¿verdad?Ella no respondió. Su estómago estaba hecho un nudo, como siempre que compartían esos momentos donde las palabras eran dagas disfrazadas de seda.Nikolai sonrió ladeando la cabeza, como un depredador que disfruta acechando a su presa antes de devorarla.»¿Qué piensas cuando me miras así? —preguntó él, dejando la copa de vino en la mesa con un golpecito seco.—Nada —respondió ella rápido, demasia
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Capítulo 113
—¡Suéltame, maldito loco! —gritó ella, con la voz desgarrada de terror y rabia.Y entonces, con la precisión del pánico, le dio un rodillazo directo entre las pelotas.El golpe fue brutal.Nikolai dejó escapar un alarido, cayendo de rodillas, sus manos volando instintivamente a su entrepierna, y el rostro torcido en una mueca de dolor agónico.Svetlana no esperó.Corrió.Corrió como si su vida dependiera de ello, que de hecho, dependía.Sus pies descalzos golpeaban el mármol, resbalaban en las esquinas, subió las escaleras casi de rodillas, tropezando, jadeando, con las lágrimas cegándola.Llegó a su habitación, cerró la puerta de un portazo y echó el pestillo temblando.Se dejó caer al suelo, sollozando, con la espalda contra la puerta.Sus manos aún temblaban, su garganta ardía, el corazón parecía a punto de estallar.Pero la sensación de seguridad duró apenas segundos.Porque escuchó los pasos.Pasos pesados, arrastrados, ascendiendo por las escaleras.La risa.Esa risa enferma, de
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Capítulo 114
La ciudad latía con una indiferencia brutal, ajena a los monstruos que caminaban bajo su piel.Entre ellos, esa noche, había uno diferente.Dante.Salió del vagón del metro en la estación Taganskaya, disfrazado de uno más: abrigo largo negro, gorra baja, bufanda cubriendo la mitad de su rostro.Su paso era medido, sin apuros, como el de un hombre con deudas comunes y sueños rotos. Invisible en la miseria cotidiana.El chip de localización implantado en su cinturón vibró apenas.Una señal.Erik, desde Islandia, confirmaba:—Zona segura. Ningún rastro en cámaras públicas.Dante no respondió.Caminó hacia una salida secundaria de la estación, subió las escaleras agrietadas donde la pintura vieja se caía a pedazos, y emergió en un callejón húmedo que a
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