El comedor, amplio y lujosamente decorado, parecía demasiado grande para solo dos personas. La luz cálida de la araña de cristal bañaba la larga mesa de madera oscura, donde platos de porcelana y cubiertos de plata brillaban como armas al acecho.
Nikolai comía despacio, observándola con esos ojos que parecían ver más de lo que ella quería mostrar.
Svetlana bajaba la mirada hacia su plato casi intacto, sintiéndose como una mariposa atrapada en una red invisible.
—Te ves hermosa esta noche —murmuró él, con la voz tan suave que la piel de Svetlana se erizó—. Sabes lo mucho que me gustas, ¿verdad?
Ella no respondió. Su estómago estaba hecho un nudo, como siempre que compartían esos momentos donde las palabras eran dagas disfrazadas de seda.
Nikolai sonrió ladeando la cabeza, como un depredador que disfruta acechando a su presa antes de devorarla.
»¿Qué piensas cuando me miras así? —preguntó él, dejando la copa de vino en la mesa con un golpecito seco.
—Nada —respondió ella rápido, demasia