Las últimas tres noches habían sido un infierno de pensamientos. Dante no había podido dormir, no realmente. Había cerrado los ojos, sí, pero su mente seguía despierta, corriendo en círculos, afilando ideas como cuchillas, descartando lo inútil y puliendo lo necesario. Volvía a los mapas mentales, a las rutas de escape, a los rostros de sus enemigos… reorganizando cada parte del plan como si su vida dependiera de ello. Porque esta vez, dependía. Su vida, la de Svetlana, y la de todos los que llevaban su nombre en el pecho.Y cuando el tercer amanecer lo encontró despierto, con los vendajes aferrados a su torso como un recordatorio de su fragilidad, supo que ya no había vuelta atrás.La habitación estaba en penumbra. Un halo tenue se filtraba por la rendija de la persiana, proyectando líneas difusas sobre el suelo de madera y las sábanas blancas, arrugadas, de la cama de hospital. El aire olía a desinfectante y a algo más denso: incertidumbre.Dante se incorporó con esfuerzo, los venda
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