La noticia se esparció como un susurro, un murmullo bajo, casi imperceptible al principio, como el viento que se cuela en las rendijas de la villa.
Un roce furtivo en la cocina, donde el chef, con las manos temblorosas, dejó caer un cuchillo al suelo.
Un murmullo extraño entre los guardias, que se cruzaban miradas inquietas mientras patrullaban la villa.
Un resquebrajamiento en la calma que antes gobernaba el lugar.
—¿Lo has oído? —preguntó uno de los hombres de seguridad, su voz baja, como si aún temiera ser escuchado.
—¿Qué? —respondió otro, entrecerrando los ojos.
—Él... El jefe. Está vivo.
—No puede ser... —dijo el primero, parpadeando incrédulo. Pero su rostro no podía esconder el temor que comenzaba a calar en su interior.
Era tan solo el primer eco de lo que se desataría.