Natalia miró hacia el cielo, la tempestad se había desatado. En ese húmedo bosque sintió el calor de los recuerdos. Natalia salía del colegio como todos los días, con su uniforme algo arrugado por las horas y el cabello recogido en una trenza suelta. Al cruzar el portón principal, lo vio esperándola como siempre, apoyado en su bicicleta. Alejandro tenía esa sonrisa serena que la hacía sentirse segura, como si nada malo pudiera pasarle mientras estuviera junto a él. Ella corrió hasta él. —¡Hola, amor! —exclamó con dulzura—. Te extrañé, mi bombón. —Hola, mi vida —respondió él, tomándola suavemente de la cintura—. ¿Cómo estuvo tu día? Alejandro tenía 22 años, era su novio desde hacía un año, era policía y el hijo menor del comisario del pueblo, él había decidido seguir la tradición familiar: era policía, como su padre, como su abuelo. —Muy bien —dijo ella, soltando un suspiro contento—. ¿Iremos mañana a la fiesta del pueblo? —Claro que sí —contestó él con una sonrisa traviesa—. Y
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