Anthoine escucho a la esposa de su hermano, Ariadna era una mujer practica, esa desesperación no era propia de ella lo que indicaba que la situación era grave. —No quiero que Franco viaje. No está bien de salud.
—Vuelo esta misma noche —respondió Anthoine. sin vacilar—. No te preocupes, Ariadna. Yo me encargo.
Minutos después, Franco salió de su oficina y la encontró aún con el teléfono en la mano, el rostro tenso.
—¿Llamaste a Anthoine.? —preguntó, mirándola fijo.
—Sí —respondió sin titubear.
—¿Sabés lo que va a pasar ahora?
—Sí —afirmó con una calma inquietante—. Vos te vas a quedar acá, y Hubert va a regresar sano y salvo.
—¿Y para eso Anthoine va a incendiar ese pueblo?
—Que lo haga —dijo Ariadna, sin apartar la mirada.
La voz de Franco se quebró con furia y desesperación. Por primera vez en años, le gritó:
—¡No podés hablar así, Ariadna! ¡Hay gente buena en ese lugar! No puede ser que seas tan insensible...
Ella se mantuvo en silencio un segundo, herida. Luego, la voz se le queb