Diez años después.
Franco Della Croze se despertó bañado en sudor. Otra vez había soñado con aquel maldito bosque y ese tragico día. Otra vez no había podido salvar a la joven. Habían pasado diez años desde ese día, y aún así, esa imagen lo perseguía cada noche. Con un suspiro cansado, se incorporó en la cama justo cuando alguien golpeó la puerta.
—Adelante —dijo con voz ronca.
La puerta se abrió suavemente y apareció la enfermera, una mujer de mediana edad, eficiente y serena, con una sonrisa amable.
—Buenos días, señor Della Croze —saludó ella mientras entraba con el tensiómetro y el termómetro en mano.
—Buenos días —respondió él, extendiendo el brazo sin protestar.
Ella tomó sus signos vitales con la destreza de quien repite ese gesto todos los días. Apuntó los datos en la ficha médica sin dejar de sonreír.
—¿Cómo amaneció hoy? —preguntó mientras guardaba los instrumentos.
—Con algo de apetito —admitió Franco, casi como una confesión.
—Eso es una buena señal —respondió ella, animada—. Enseguida le tr