El amanecer no llegó de golpe; fue más bien un susurro tímido, un respiro tibio que se fue filtrando entre los postigos cerrados. La ciudad, aún somnolienta, parecía sostenerse sobre un hilo invisible de silencio, como si el mundo entero contuviera el aliento antes de despertar.A esa misma hora, a muchos kilómetros de allí, en el aeropuerto, Charly, Alessa, Leonardo y el resto del equipo abordaban el jet. El cansancio pesaba en sus cuerpos, marcando cada paso con una lentitud serena, pero la emoción los mantenía erguidos. Volvían a Calabria, la tierra que los había visto partir, y que ahora los recibiría de nuevo para una ocasión especial: el primer cumpleaños del pequeño Marco, el niño que en tan poco tiempo había tejido raíces profundas en el corazón de todos.La llegada a Calabria fue como entrar en un cuadro antiguo: el cielo, de un azul intenso, parecía pintado con pinceladas de eternidad; las colinas onduladas dormitaban bajo el sol, y el aire, saturado de olor a tierra húmeda
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