Pasaron algunos días desde aquella tarde de risas en la mansión Rossi. Aunque la rutina había vuelto a instalarse discretamente entre sus muros de piedra. El eco de la felicidad ahora flotaba en la mansión Moretti.
Isabella y Francesco, cómplices incansables, supervisaban con entusiasmo los últimos detalles de la bienvenida para Charly y Chiara, quienes regresarían por fin de su luna de miel. En el salón principal, los globos de tonos dorados y marfil se balanceaban bajo las vigas de madera, y una gran mesa esperaba cargada de flores frescas, copas de cristal y delicias caseras.
Chiara, ya con un embarazo incipiente que asomaba como un dulce secreto a medio contar, regresaría a casa para seguir escribiendo junto a Charly la historia que apenas comenzaban a construir.
La tarde caía dorada y tibia cuando los motores sonaron a lo lejos.
La enorme puerta de hierro forjado se abrió, y los recién casados cruzaron el umbral entre risas y abrazos. Isabella, Francesco, Leonardo, Alessa el abue