El sol de la mañana se filtraba suavemente a través de las cortinas del gran salón, tiñendo la estancia con un cálido resplandor dorado. Alessa había ido a la cocina por un vaso de leche y algunas galletas, pero se topó con Jacomo, quien, inusualmente, estaba devorando las galletas con avidez.— ¡Buen día! —exclamó Alessa, riendo mientras se acercaba—. ¡Hey! Déjame unas galletas, Jaco.Jacomo, con una sonrisa traviesa, tomó varias y respondió, masticando con calma.—Allí quedan algunas. Si Franco comienza a gruñir, di que tú las tomaste. Debo irme, cuídate y cuida de mi sobrino. —añadió, despeinando el cabello de Alessa con ternura.Pero antes de que pudiera irse, Alessa, con los ojos brillando como dos luceros, lo detuvo.—Jaco, ¿puedes ir a buscar una paleta de colores, telas y todo lo que se necesite para decorar la habitación del bebé? No tienes que regresar de inmediato, puedo esperar.Jacomo ladeó la cabeza y sonrió con complicidad.—No te preocupes, pequeña, iré por todo lo que
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