Salvador sostuvo la carpeta de los Hernández, miró a Alejandro y dijo:—Entonces… lo cierro.—¿Ah, sí? —Alejandro alzó una ceja y se rió—. ¡Mira tu altura de miras!—Tch. —Salvador no se achicó—. La tuya, pues.“¿Para qué lastimarnos entre cuates?” Que el mayor no venga a sermonear al menor.En el acto, Salvador movió hilos y otorgó la línea directamente a Marc.Cuando llegó la notificación, Marc fue a Grupo Guzmán a firmar.En la mesa de firma, era inevitable cruzarse con Salvador.—Señor Morán.No le sorprendía: si competía por la distribución, sabía que los Morán eran accionistas mayoritarios.—Señor Hernández —asintió Salvador, parco.Con ese aire de serio por fuera, fogoso por dentro, a Alejandro le daba casi vergüencita ajena. Le tiró una pista a Marc:—Señor Hernández, con lo rápido que salió esto, conviene agradecerle al señor Morán: tiene decisión de sobra.—De hecho —sonrió—, entre un montón de candidatos, eligió a los Hernández. Que sea un gran acuerdo.Con eso bastaba para
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