Martina no tuvo cómo rebatir.
—El muchacho se ve bien —dijo doña Laura, sin saber toda la historia—; es guapo y de buena familia… quizá demasiado buena.
La “compatibilidad de mundos” no es un capricho antiguo; a veces es puro sentido común.
—Pero —aflojó enseguida, para no cargarla—, mientras tú lo quieras y él te quiera, lo demás se acomoda. La vida la van a pasar ustedes dos.
Martina frunció el ceño.
—¿Te… gusta él, mamá?
—Sí —asintió—. Me parece un buen muchacho y, sobre todo, te trata bien.
No solo ella: don Carlos y Marc también estaban conformes.
Con lo de la operación de doña Laura, la línea de distribución, y la manera en que acababa de bajar la tensión en la sala… Salvador no había amenazado, pero sí había cercado con favores. Ahora toda la casa lo miraba con buenos ojos.
—Ay, hija —le palmoteó la mano—. Te fuiste hasta el doctorado sin novio y yo temía que no te soltaras nunca. Resulta que tenías la vara alta.
Martina hizo un puchero; no supo qué responder.
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