Con la cuna y la formación de Salvador, caerle bien a cualquiera le resultaba fácil.
Martina guardó silencio; no había mucho que decir.
Después de la cena, doña Laura la llevó aparte a murmurarle:
—No sé por qué pelearon, y no voy a preguntar. Pero si él vino en persona a disculparse… ¿no puedes perdonarlo?
—Mamá… —Martina se encogió.
Lo suyo con Salvador no era algo que pudiera explicarse en dos frases.
—Él te trata muy bien —siguió Laura—. En una pareja no se puede ser caprichoso todo el tiempo; y si ya hablan de casarse, menos todavía. Estar con alguien se trabaja: hay que pulir esquinas, porque cada quien es un mundo, ¿sí?
Afuera, Salvador charlaba con don Carlos y Marc; las risas entraban de rato en rato.
Al poco, don Carlos asomó:
—Mejor te vas con Salvador. Ya vino a buscarte.
Doña Laura asentía:
—Haz caso. No lo agrandes. Él ya hizo bastante; no vayas a pisarle la dignidad.
—…De acuerdo —cedió Martina.
Al final, salió con Salvador.
—Don Carlos, doña Laura, nos retiramos —se des