SebastiánEl café se detuvo. El grito de Julián, seguido por la entrada triunfal de mi madre, congeló la escena como un fotograma de una película de desastre. Acababa de obtener la firma de Aitana, asegurando el control y, supuestamente, la protección, pero la irrupción de Julián significaba que mi plan, orquestado bajo el chantaje de Doña Elena, estaba a punto de explotar.—¡Aitana, no firmes! —repitió Julián, corriendo hacia la mesa con una carpeta en la mano—. ¡No le des a este miserable el control de tu vida!—Ya es tarde, Julián —murmuré, tomando el documento con la firma fresca de Aitana.Julián golpeó la mesa, su furia superaba a su habitual frialdad.—¡Te lo prohíbo, Aitana! ¡Esto es una jugada de Belmonte para descapitalizarte y controlar las acciones de Isabella!—¡Ya firmé! —espetó Aitana, con la voz temblorosa de rabia y humillación—. Era la única forma de que detuviera su ataque.Doña Elena, observando la escena con deleite, se acercó lentamente, su sonrisa de víbora apun
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