SebastiánLas veinticuatro horas se sintieron como un siglo. La tensión en la mansión era palpable, un silencio opresivo. Aitana y yo actuábamos como padres unidos para Isabella, llevándola al parque y leyéndole cuentos, pero cada mirada entre nosotros estaba cargada de la espera.Mi madre, Doña Elena, se paseaba por la casa con una suficiencia arrogante. Estaba convencida de su jugada. Si Aitana no era la hija biológica de Eliseo Ferrer, toda su posición, desde las acciones hasta la credibilidad, se desmoronaría, y ella podría tomar el control total.Aitana, por su parte, se aferraba a la esperanza de que el fraude de mi madre fuera la única mentira. Pero la idea de no ser quien creía ser, de que toda su identidad había sido un disfraz, la estaba consumiendo.—¿Y si soy hija de un tercero? —me preguntó esa mañana, sentada en el borde de la cama—. ¿Y si el abuelo me usó, no solo para el fraude, sino para la herencia? Mi vida entera es una mentira.—No. Tu vida entera es la que tú cons
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