Sebastián
Despertar junto a Aitana era un ejercicio diario de tortura y fascinación. La cama era grande, pero el espacio entre nosotros se sentía minúsculo. Podía oler el suave aroma a vainilla de su cabello, y a veces, en la oscuridad, sentía el calor de su cuerpo si se movía en sueños. Cumplía el pacto, manteniendo las manos quietas, pero mi mente era una explosión de recuerdos y deseos prohibidos.
Dos días después, estábamos en Maldivas. La luna de miel de defensa había comenzado.
La villa sobre el agua era la definición de lujo y aislamiento: cristal, océano turquesa y una privacidad absoluta. Perfecta para fingir un amor apasionado. Y, por supuesto, perfecta para la vigilancia de la prensa.
Aitana salió del baño, envuelta en una bata de seda. Había pasado la mañana trabajando en el acuerdo prenupcial con el abogado de Belmonte por videoconferencia.
—Tu abogado es muy bueno —dijo, su tono neutral—. El blindaje de las acciones de Isabella contra cualquier ataque de tu madre o mi he