Sebastián
El sobre sobre mi escritorio ardía. El peso del chantaje de mi propia madre me dejó sin aire. Fraude corporativo. Espionaje. Si Aitana estaba implicada, la cárcel no era una amenaza vacía. Y si la enviaban a prisión, Isabella la perdería por completo.
Miré a Doña Elena, sintiendo una mezcla de rabia y asco.
—¿De dónde sacaste esto? —pregunté, mi voz baja y peligrosa.
—Los Belmonte tenemos recursos, Sebastián. Y a diferencia de ti, yo no me distraigo con jueguitos de campamento. Tu abuelo, antes de morir, me dejó claro que la familia Ferrer siempre tiene un as bajo la manga. Y yo encontré el de Aitana.
—¿Y esperaste a que firmara un acuerdo de co-paternidad para usarlo?
—Por supuesto. No soy estúpida. Si la destruyes en la corte por la custodia, te verás como un monstruo. Si la acuso de fraude corporativo, te verás como el CEO heroico que protegió a la empresa. Y lo más importante: ella no puede pelear el fraude desde la cárcel.
Me levanté, caminando hasta el ventanal. La ciu