Capítulo 3:

Un olor dulce llenó mis fosas nasales cuando bajé el último peldaño de las escaleras. No necesitaba mirar.

Tortitas. La mejor comida del universo, después de la pizza, claro.

Caminé alegremente hasta la cocina —casi dando saltitos— y me apoyé en la isleta de esta con una amplia sonrisa.

— ¡Buenos días, querido abuelo!— exclamé.

Mi abuelo, que estaba muy concentrado en su tarea, dio un respingo y se giró hacia mi con los ojos muy abiertos.

— Niña, por Dios, no me des esos sustos que yo ya tengo una edad— reprendió y solté una carcajada—. ¿Estás bien? Te veo muy sonriente— comentó, volviéndose hacia la estufa para seguir cocinando.

Mejor no interrumpirlo, así las tortitas estarían más rápido.

— ¿Desde cuando las personas que sonríen no están bien?— enarqué una ceja a pesar de que no me estaba mirando.

— No lo sé— vi que se encogió de hombros—. Como anoche tuviste puesta música triste hasta las dos de la madrugada, y te oí ahogar tus sollozos varias veces... —dejó la frase en el aire.

Mi boca se abrió formando una enorme 'O'. Pensaba que a esa hora nadie me escucharía.

Vaaaale, sí. Había estado llorando en la madrugada, pero llorar es bueno. Sirve para que las personas se desahoguen.

Deja de poner excusas por ser tan sensible.

— ¿Te molesté?— pregunté con un hilo de voz.

Mi abuelo se giró con una fuente enorme llena de tortitas, y las dejó sobre una de las encimeras. Después fue hasta el fregadero y comenzó a lavar las vasijas que había utilizado para preparar el desayuno.

— ¿Estuviste llorando, y te preocupa haberme molestado?— repitió, como si no se lo creyera. Asentí—. Hija, nada que tenga que ver contigo o con Jace, me molesta.

Ay, amaba a mi abuelo. Lo hacía todo el tiempo, pero en esos momentos en los que me decía esas cosas, hacía que mi corazón se llenara de ternura.

— ¿Es por Jed?— añadió, cuando no respondí.

Mi boca se volvió a abrir y eso lo hizo sonreír de medio lado. ¿Lo sabía? Bueno, eso era un poco —bastante— obvio; me acababa de preguntar directamente si había estado sollozando como una posesa y escuchando una lista de reproducción de Youtube que tenía como nombre: Si tienes el corazón roto, escucha esto.

Oh, sí. Así de bajo había caído.

Has tocado fondo, amiga.

— No tiene importancia— fue lo que dije, sacudiendo la cabeza.

— Jade, soy tu abuelo y soy hombre, pero me doy cuenta de las cosas— ladeó la cabeza—. Sé que estás enamorada de él desde hace años, y créeme, eso no es nada de lo que debas avergonzarte.

Suspiré, derrotada. No tenía sentido negar algo que mi abuelo ya sabía, era algo que no necesitaba, y además, no iba a rechazar el consejo con alguien que tenía más experiencia. También, era bueno hablar de esto con él, que jamás me había comentado nada. Con las únicas que hablaba del tema era con las chicas, y podría ser bueno que alguien me diera su opinión, estando desde fuera de la situación.

— Cometí una locura de las más grandes— admití.

— ¿Cómo de grande?— inquirió, secando los platos con un paño y después poniéndolos en los gabinetes de la pared.

— Como de haberme emborrachado y haberle mandado veintisiete mensajes de audio diciéndole que estaba enamorada de él— señalé—. Así de grande— añadí, sonriendo como un angelito.

Evan Reeve, mi abuelo, era el hombre más calmado que conocía, siempre estaba sonriéndole a todo el mundo. No, no era el típico viejo gruñón al que los niños del vecindario le tenían miedo. Su cabello estaba completamente cubierto de canas, y casi ni se notaba, pues siempre lo traía en un corte militar, muy pero que muy corto. Sus ojos eran de color verde claro —para mi desgracia fue Jace quien heredó dicha característica, mientras que me tuve que quedar con los ojos marrones de la abuela—. Se había mantenido en forma toda su vida, con eso de que había sido Marín en su juventud —sí, así de cool era mi abuelo—, y aún entrenaba todas las mañanas antes de prepararnos el desayuno.

Pero, a parte de todas esas cosas, era la mejor persona que conocía. No importaba qué tan ocupado estuviera, si alguien necesitaba cualquier cosa, ahí estaba él. Y eso aplicaba con la familia y con sus amigos, e incluso conocidos.

— Metiste la pata, hija— dijo.

Oh, sí, otra característica: era demasiaaado directo.

— No me lo recuerdes— rogué, hundiendo la cabeza entre mis brazos, los cuales tenía apoyados en el mármol de la Isla.

— Pero, eso no significa que haya estado mal— añadió él.

Alcé la cabeza y lo miré con el entrecejo fruncido.

— Lo que digo es que, era algo que tenías que hacer en algún momento, de todas formas. No era como que ibas a callarte que estás enamorada de él toda la vida, ¿verdad?— dijo y salió de la cocina, sin decir nada más.

¿Qué?

No entendía nada de nada. ¿En serio pensaba que estaba bien contarle a Jed que estaba enamorada de él?

— ¡Pasaré la mañana en la tiendo de Tom!— gritó desde la entrada—. ¡Nos vemos en la tarde!

Y salió de casa.

Y se marchooooo…

Deja de burlarte, Conciencia.

Deja de hablar contigo misma, Jade.

Ese es un buen punto.

Volví a suspirar y enseguida el olor de las tortitas me devolvió a la realidad. Una sonrisa malvada surcó mi rostro. Me levanté de un tirón y fui hasta la fuente para servirme un plato.

Sí, aprovechando que estaba sola me serví una montaña de dulce.

No, no me arrepiento de nada.

Después de haber tenido el mejor desayuno del mundo —teniendo en cuenta el día de m****a que había tenido ayer—, metí la losa en el lavavajillas y subí hasta mi habitación para buscar algo de ropa y meterme a darme una ducha. Iba a aprovechar que era domingo para hacer un proyecto de Ciencias Sociales que me habían dejado en el instituto, además de que otra vez tenía la casa para mí sola, así que eso solamente significaba mucha paz y mucho silencio. Y no lo decía por mi abuelo, sino por el salvaje escandaloso que tenía como hermano.

Saqué unos shorts de mezclilla y una camiseta blanca de tirantes, dejé las prendas sobre la cama, agarré mi toalla y salí hacia el cuarto de baño de la planta, mientras tarareaba una de mis canciones mal cantadas, pero interpretadas con mucho sentimiento.

La ducha fue bastante rápida, pero muy relajante, la verdad. Sequé un poco mi cabello —que también había aprovechado y me lo había lavado— y envolví mi cuerpo con la toalla. Cuando salí al pasillo otra vez, para volver a mi habitación, vi que mi hermano salía de su habitación.

Ese vago. Eran casi las diez de la mañana y ahora era que se levantaba.

El pequeño, diminuto y para nada colosal problemita era que… no era Jace.

Oh, no. Esto se va a descontrolar.

Obvié a mi conciencia y me centré en no mirar a Jed, para así llegar a mi habitación sana y salva, para encerrarme como había hecho el día anterior. No era lo más maduro; no era para nada maduro, pero era la mejor opción.

La verdad era que no me sorprendía verlo aquí en esas fachas, vestido solamente con un chándal y el pecho descubierto, porque era a lo que más o menos me había adaptado. A veces se quedaba a dormir en casa cuando se hacía muy tarde, o como en el caso de la noche anterior, cuando él y mi hermano se iban de fiesta.

— ¿Jade?— llamó con voz ronca cuando le di la espalda.

M****a, tenía que pasar por su lado para llegar a mi dormitorio, pero, ¡hola!, yo solamente llevaba una toalla y él estaba desnudo de la cintura para arriba. No sé alguien más, pero no me parecía una buena idea.

Suspiré y me volví hacia Jed, al instante me arrepentí. Todavía tenía el rostro algo hinchado y el pelo todo revuelto, cosas que lo hacían lucir extremadamente tierno.

— Buenos días— lo saludé en tono sereno. 

¡Pero aquí no había nadie sereno! Bueno, él sí. Pero yo no.

— ¿Dónde está Jace?— inquirí cuando no dijo nada.

Entonces, pasó algo que me sorprendió: me escaneó con la mirada de arriba abajo. Yo me congelé cuando vi eso.

O sea, khé?!

Le achaqué eso en ese momento a que estaba recién levantado y todavía estaba medio atolondrado. Ajá, debía ser eso.

— No ha venido conmigo— habló por fin, con la voz todavía medio ronca—. Se fue con una chica que conoció en la fiesta y me dio la llave para que me quedara aquí— explicó—. No te molesta, ¿verdad?

Que si me molestaba tenerlo medio desnudo y recién levantado frente a mí, dice.

Digo…-

Digo, nada. Sabes que es así.

— Claro que no— negué, dedicándole una pequeña sonrisa.

Por un momento ninguno de los dos dijo nada, y no sé si fueron ideas mías, pero entre nosotros se creó una atmósfera extraña. No sé describir bien lo que sentí, pero no era el ambiente normal entre nosotros.

No pude más, así que rompí el silencio.

— Bueno, yo voy a estar estudiando en mi habitación. Hay tortitas abajo en la cocina, así que puedes bajar y comer las que quieras. El abuelo sabe que soy la única que desayuna, de todas formas— dije atropelladamente.

Jed enarcó una ceja y me dedicó una sonrisa ladeada.

— ¿No te importa compartir tus tortitas conmigo, Chucky?— se mofó.

Enseguida sentí mis mejillas calentarse. Odiaba que me llamaran así, el estúpido nombre me lo había puesto Jace, pero el único que me seguía llamando Chucky, era Jed.

— Claro que no— negué, después de aclararme la garganta.

Él siguió observándome con la diversión plasmada en los ojos, y eso no me gustaba, porque yo conocía esa mirada demasiado bien. Era su mirada de: estoy a punto de hacer algo muy malo.

Hasta a mi me está dando miedito.

— ¿Tienes prisa, pequeña Jade?— siguió pinchándome.

Oh, genial, ahora se estaba burlando de mí como ayer.

Que emotzion.

— La verdad es que sí— respondí—. Mucha. Muchísima. Tanta, que ahora mismo podría atropellarte accidentalmente— dije con mucho sarcasmo.

Jed sonrió ante mi comentario.

Intenté pasar por su lado para por fin llegar a la seguridad de mi habitación. Necesitaba urgentemente que algo sólido como una puerta —o una galaxia entera— entre nosotros.

Ah, cierto, que no había un nosotros.

— ¿Ya te vas?— me detuvo por el brazo.

— Es eso o coger pulmonía— repliqué, soltándome de su agarre.

— Vamos, Chucky, no me dejes solito aquí— hizo un puchero.

— Jed, no sé qué bebiste y por qué me confundes con alguien más, pero soy yo, Jade— moví la mano frente a su cara como si quisiera hacerlo reaccionar—. No pasamos tiempo juntos, ¿recuerdas?

Crucé los brazos sobre mi pecho, apretando la toalla para que no hubiera riegos de quedarme en pelotas frente a él.

Hay que ser precavidos, amigos.

— Es que nunca antes habíamos pasado tiempo juntos con tan poca ropa de por medio— repuso, haciendo que me pusiera roja otra vez.

Giré mi cara hacia un lado para que no viera mi reacción, aunque sabía que era inútil. Jed sabía perfectamente el efecto que causaba en mí, y ahora mismo, se lo estaba pasando en grande explotando eso.

— ¿Sabes lo otro que nos va a separar si sigues haciendo comentarios sobre mi desnudez?— negó, sin quitar su semblante de diversión—. Una mampara de hospital, del guantazo que te voy a dar— amenacé y otra vez traté de pasar por su lado.

De nuevo no me dejó y yo ya me estaba comenzando a frustrar, y frustrarme me estaba enojando, y me frustraba enojarme por estar frustrada.

¡Ayyyyy!

— Jed, déjame pasar— le ordené con los dientes apretados.

— No quiero— se cruzó de brazos y se puso justo delante de mí, como una pared humana.

— Eres tan maduro cuando te lo propones— rodé los ojos con fastidio.

— Y tú tan tierna cuando te enojas— replicó él enseguida.

Eso hizo que me congelara en mi sitio, aunque casi no me estaba ni moviendo de todas formas. ¿Acababa de decir lo que yo creo que escuché?

Capítulo tres y ya estamos así. No entiendo nada.

¿Capítulo tres?

¿Qué?

Acabas de decir algo de un capítulo.

¿Yo? Yo no dije nada.

Sacudí la cabeza para deshacerme de esas ideas tan raras. Algo estaba mal conmigo, eso estaba claro.

Cuando vi que, al final, no se iba a quitar de en medio, decidí hacer lo más lógico: me di la vuelta y me metí en el cuarto de baño otra vez, cerrando la puerta detrás de mí, obviamente pasando el seguro.

No pasaron ni dos segundos cuando la puerta se abrió otra vez y Jed entró.

¡Malditos seguros viejos que fallaban!

— ¿Ahora huyes?— apoyó la espalda en la madera.

Dejé salir el aire muy lentamente, pidiéndole paciencia a la vida, alineando mis chacras, limpiando mi aura y todo lo demás, para no lanzarle mi bote de crema a la cabeza.

El homicidio sigue siendo ilegal en esta parte del país.

Lastimosamente.

— Jed, entiendo que te las estás pasando en grande con esto, yo también me molestaría— me pasé las manos por el pelo húmedo—. Pero tengo muchas cosas que hacer y no me sobra el tiempo, así que baja a ponerte de tortitas hasta los pelos y déjame en paz, por favor— le pedí, en serio esta vez.

Jed se me quedó mirado fijamente, y todo rastro de broma abandonó su cara después de escucharme decir eso.

Yo no era la persona más madura del mundo, pero habían límites para las cosas, y si de por sí entre nosotros jamás hubo un roce, ahora con todo lo que había pasado el día anterior no era el mejor momento para forjar lazos de amistad. A lo mejor en un tiempo, cuando yo dejara de sentir todo lo que sentía, podríamos comenzar desde cero, pero ahora no estaba segura de poder ser su amiga.

— Jade, sobre lo que dije ayer…-

— No, basta— alcé la mano para indicarle que se callara—. No sigas por ahí, porque no pienso hablar de eso, ¿está claro?

— Las cosas no dejan de existir por el simple hecho de no hablar sobre ellas— dijo a modo de recordatorio.

Solté una carcajada a pesar de que nada de esto era gracioso.

— Eso no me lo tienes que decir, Jed. Nadie sabe mejor que yo que ignorar lo que pasa a tu alrededor, no hace que deje de existir— volví a a aferrarme al borde de la toalla—. He pasado los últimos, ¿qué serán? ¿Diez, once años?, enamorada de ti. Viviendo como una sombra a tu alrededor, conformándome con verte cerca, cuando en realidad quería mucho más.

Él frunció el ceño ante mis palabras.

— No sabía que eras de las personas que dicen lo que sienten.

— Y no lo soy— repuse enseguida—. Mira, a pesar de haberte criado conmigo, no sabes muchas cosas sobre mí; una de ellas es que no soy una de esas personas que se protegen a sí mismas fingiendo que no tienen sentimientos en lo absoluto. No me sale— sonreí con tristeza—. Y sí, me pasé todo ese tiempo reprimiendo lo que siento, pero porque tú no lo sabías. Hace dos noches se abrió la Cámara de los Secretos, y ya no le veo el sentido a seguir ignorando lo que me pasa.

Vale, ya lo había dicho, y se había sentido de maravilla. Por primera vez no me importó que Jed pudiese burlarse de mí, porque me di cuenta en ese preciso instante de que nadie tenía que aceptar lo que yo sintiera, eso me tocaba hacerlo a mí, y ya había abrazado mis emociones. Por primera vez en mi vida ya no quería seguir negando lo que era obvio.

— Lo que iba a decir era que lo siento— informó luego de aclararse la garganta—. No importa lo que me pase contigo, ni cómo te vea, o el lugar que ocupes en mi vida. Debí de tener más en cuenta en ese momento que tú la podías estar pasando mal, pero es que tienes que intentar comprenderme, yo no…-

— ¿Comprender qué?— inquirió una voz al otro lado de la puerta.

Oh, no.

No.

No.

NO.

N-O.

¡Era Jace! Y me parece que no le iba a parecer muy bien que su hermana menor estuviese en toalla encerrada en el baño con su mejor amigo.

No es que yo sea una experta en el tema, peor llámenme perspicaz.

— Tío, ¿con quién hablas?— preguntó mi hermano, tocando otra vez.

Jed y yo compartimos una mirada de incomodidad. Bueno, él tenía cara de incomodidad. Yo me quería morir ahí mismo.

— Dile que estás hablando por teléfono— le susurré lo suficientemente bajo como para que mi hermano no me escuchara.

— ¿De qué hablas? Si no tengo el móvil aquí dentro— me frunció el ceño.

— Claro, porque él te está mirando y sabe que no tienes el móvil, ¿no te jode?— ironicé.

Eso pareció convencerlo.

— Estoy hablando con mi madre— dijo, alzando la cabeza para que su voz se escuchara mejor.

— ¿Tu madre está ahí dentro? 

Jed puso los ojos en blanco.

— Por teléfono, idiota.

— ¿Te refieres al teléfono que tengo en la mano?— preguntó un muy confundido Jace.

— Mierda— farfullamos los dos a la vez.

Tenía que pensar en algo, porque ya la tapadera no servía de nada. Gracias a Dios una idea se iluminó en mi mente.

— Vale, me voy a poner detrás de la puerta para que no me vea cuando abras— le conté a Jed, quien asintió con la cabeza.

Yo me puse a un lado de la entrada, obviamente hacia el que quedaba cubierto, y Jed abrió.

— Vale, tú estás muy raro desde ayer— le dijo mi hermano apenas lo vio—. Ayer ayudaste a mi hermana y hoy estabas hablando solo. ¿Podrías decirme qué te pasa?

Vi que la mano del castaño se aferraba a la madera con fuerza.

— Nada— contestó con sequedad.

Mi hermano soltó un gritito de emoción.

— ¡A ti te gusta alguien!— gritó.

— Sí, claro— casi pude ver a Jed rodando los ojos con sarcasmo—. Yo me enamoro y tú vas a dejar de meterte…— se detuvo de golpe— ideas en la cabeza. Venga, vamos.

Siguieron hablando mientras iban a la habitación de mi hermano, y no solté el aire que había estado conteniendo hasta que escuché su puerta cerrarse.

Vaya, eso había estado demasiado cerca.

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