Mañana y siempre, aun en la distancia
Salté al mar para rescatar a Alejandro Herrera solo porque, en público, le hice reanimación cardiopulmonar.
La promesa de matrimonio que debía caer sobre la cabeza de mi prima terminó siendo para mí.
Pero Alejandro prefería ahogar sus penas en alcohol la noche de bodas antes que quedarse a mi lado.
Yo, Ana Suárez, ingenua, creía que algún día lo calentaría con mi amor.
Hasta que, tres años después, mi prima regresó con un niño que se parecía al setenta por ciento a Alejandro.
Me quedé sin aliento: entonces entendí que esa noche, cuando me dejó sola en la habitación, él había tenido con ella una noche escandalosa.
—Ana, estos años te han hecho sufrir; me haré cargo, haré que Mariana Suárez devuelva a la señora Herrera su lugar.
Le conté a Alejandro que yo también estaba embarazada, pero ni eso logró recuperar su corazón.
Con un frío “arráncalo”, me empujaron hacia la mesa de operaciones: una vida menos, dos destinos truncados.
Al abrir los ojos de nuevo, volví al día en que Alejandro cayó al mar.
Vi al hombre empapado y, desde entre la multitud, grité el nombre de mi prima...