Prohibida para mí
—No debiste venir —susurró ella, sin atreverse a mirarlo.
Darren no respondió. Cerró la puerta tras de sí, como si con eso clausurara todo lo que dolía.
—¿Y dejar que te casaras con ese imbécil sin decir nada? —sus ojos se clavaron en los de ella—. No. No podía.
Leiah retrocedió un paso, pero él la siguió, con esa mezcla de rabia y ternura que la hacía temblar.
—Todo fue real, ¿verdad? —preguntó él, apenas un murmullo—. Tus besos, tus risas, tus promesas…
—Darren, por favor…
—¡Dímelo, Leiah! —explotó, desgarrado—. ¿Fui solo una distracción antes de que te pusieran el anillo?
Ella se rompió. Las lágrimas brotaron sin permiso.
—¡No! ¡Claro que no! —jadeó—. Te amé. Te amo. Pero no puedo…
—¿Por qué? ¿Porque ahora resulta que somos hermanos? —escupió con amargura—. ¿Porque nuestros padre decidió arruinarlo todo con sus secretos?
Un silencio brutal los envolvió.
—Si me lo pidieras… —susurró ella, temblando—. Si me dijeras que huya contigo, lo haría.
Él la miró, como si esa confesión lo partiera en dos.
—Pero no puedo salvarte —dijo, con la voz rota—. Porque si lo hago… me destruyo.