CAPÍTULO 86.

Cuando la ceremonia terminó y los murmullos se apagaron, Kael tomó la mano de Lina con firmeza y la condujo por un sendero oculto entre árboles centenarios. Las antorchas marcaban el camino hacia un lugar apartado, donde la vegetación se abría como si la propia naturaleza supiera lo que estaba a punto de ocurrir.

Una pequeña cabaña de madera los esperaba, cálida y silenciosa. Las lobas de la manada la habían preparado con esmero: pieles suaves sobre la cama, flores silvestres decorando los rincones, velas que lanzaban una luz temblorosa sobre las paredes. Era un santuario, un refugio íntimo. Allí, Kael no era el alfa. Era solo un hombre, un lobo… y un amante.

Lina entró despacio, respirando hondo. El ambiente olía a madera, a lavanda y a deseo. Se giró hacia Kael y lo vio cerrando la puerta detrás de ellos. Sus miradas se cruzaron. Ya no hacía falta hablar.

Kael caminó hacia ella, lento, devorándola con los ojos. Cuando la tuvo frente a él, le acarició el rostro con la yema de los ded
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