El hotel de la Roca Sombra crujía con cada ráfaga de viento. La madera envejecida, el polvo en los rincones, y el silencio profundo que lo rodeaba lo hacían parecer más un mausoleo que un refugio. Arthur había vuelto solo, con la excusa de recoger provisiones. Pero la verdad era otra.Se dirigió directo hacia la vieja caja de hierro que mantenía oculta bajo el suelo de su habitación. Sacó con esfuerzo la tabla suelta y metió la mano. La caja estaba fría, como si el tiempo mismo no hubiera logrado tocarla. La colocó sobre la mesa y la abrió con cuidado.Allí, envuelto en un pañuelo de lino raído, estaba el objeto. Un escudo metálico, con un símbolo grabado: un árbol partido por un rayo, con raíces que se extendían hacia lo profundo. Era más que un símbolo. Era un amuleto. Una prisión. Arthur lo sostuvo entre los dedos, y por un instante, el peso del recuerdo lo arrastró hacia atrás, hacia aquel día en que Elián Winters se lo entregó.Esa noche la niebla se deslizaba entre los árboles
Luzbria ya no dormía tranquila.Todo comenzó con susurros. Ecos lejanos en la niebla que bajaban del bosque, demasiado espesa, demasiado fría para ser natural.Los perros del pueblo, que antes ladraban por cualquier cosa, ahora callaban. Solo se oían sus gemidos agudos, escondidos bajo los porches.Una mujer desapareció la primera noche. Luego, un niño.Un granjero juró ver a una criatura enorme de ojos plateados caminar en dos patas cerca del molino. Al día siguiente, sus gallinas aparecieron degolladas.Un humo oscuro comenzó a filtrarse por las grietas de las casas más antiguas.En la taberna, alguien gritó que había visto a los hombres bestia, que uno le habló con voz humana desde el tejado. Había huellas de garras en las paredes de piedra.Los aldeanos comenzaron a esconderse antes del anochecer. Nadie salía. Nadie confiaba.Los policías intentaron controlar el caos, pero varios de ellos desaparecieron también. Uno fue encontrado sin vida en mitad de la plaza, una bestia lo habí
—¡No permitan que crucen esta línea! —rugió Kael con la voz rota por la furia, mientras sus ojos ardían como antorchas—. ¡Cada paso que den hacia el pueblo será sobre nuestros cadáveres! ¡Protéjanlos! ¡Cada niño, cada anciano, cada vida inocentes sagrada.Sus palabras retumbaron como un trueno entre la manada. Kael se giró con los colmillos apretados, clavando la mirada en sus hermanos.—¡No estamos aquí para sobrevivir, estamos aquí para resistir! ¡Para demostrar que aún queda honor entre nosotros! ¡Somos Valragh! ¡Y esta noche, si el enemigo quiere fuego… entonces lo tendrá! ¡Pero no tocarán Luzbria mientras sigamos respirando!Un aullido desgarrador emergió de su pecho, arrastrando tras de sí el eco de toda su manada. Una fuerza imparable de colmillos y lealtad descendía como una sombra feroz sobre los invasores… por todos aquellos que, tras sus puertas cerradas, esperaban un milagro en medio de la oscuridad.El caos se había apoderado de Luzbria, cubriéndola como un manto oscuro b
Algo no le cuadraba. Sentía un extraño retorcer de su ser, como si las corrientes de magia que la rodeaban estuvieran distorsionadas, pero no podía comprender por qué.Una energía familiar, pero inconfundiblemente ajena, vibraba en el aire. Algo había cambiado, algo que le hablaba directamente a su alma. La presencia de algo poderoso estaba cerca.Sin embargo, Maerthys no pudo identificar qué era. Solo sentía que el peligro se intensificaba, que la atmósfera estaba cargada de una inquietud profunda. Se giró, mirando hacia el centro de Valragh, donde los Dreknar seguían invadiendo y destruyendo, y un pensamiento inquietante cruzaba su mente.En el interior de la cabaña, Lina, Clara y Emma se encontraban refugiadas, aterradas por el caos que se desataba afuera. La puerta se tambaleaba con el ruido de los golpes y la guerra, pero nada las había preparado para lo que estaba por ocurrir.El sonido de unos pasos firmes y fuertes reverberó en el umbral, seguido de un crujir de madera.Igvar
Dentro del templo, los aullidos de los cachorros se alzaron como un lamento colectivo. El suelo temblaba con cada embestida contra la puerta de piedra, y el eco de la columna rota del lobo guardián aún resonaba en los corazones de los presentes.—¡Silencio! —gruñó una anciana loba, su voz ronca pero firme, mientras se apoyaba contra la pared con sus patas temblorosas—. ¡Callen esos aullidos! Nos delatan...Los cachorros se encogieron, sus hocicos húmedos temblando de miedo. Uno de los más pequeños, un macho gris con los ojos desorbitados, sollozó:—¿Qué va a pasar, Siva? ¿Nos van a... nos van a encontrar?Siva no veía desde hacía tres inviernos, pero sus oídos lo escuchaban todo. —No si nos movemos ahora —dijo con urgencia, tanteando con el hocico las piedras detrás del altar. Buscó una hendidura, un símbolo oculto. La encontró y presionó con fuerza—. Aquí está. ¡Ayúdenme, rápido!Una placa de piedra se deslizó con un rechinar sordo, revelando una abertura estrecha envuelta en raíces
Maerthys se acercó lentamente a Clara, sus ojos brillando con un destello peligroso. La tensión en el aire era palpable, su intención era entrar en la mente de Clara.—Clara... —su voz se deslizaba suavemente, casi como un susurro, pero cargada de poder. —Eres especial . Algo... más allá de lo que crees. Tu magia es única, hija mía. Eres la clave para muchas cosas, para muchos destinos.Clara frunció el ceño, sin apartar la vista de Maerthys. Un escalofrío recorrió su espalda, pero no iba a ceder tan fácilmente.—¿Qué estás diciendo? —respondió, su voz firme, aunque un poco vacilante. —No soy tu hija. Lo que me estás proponiendo no tiene sentido.Maerthys sonrió, un gesto que no llegaba a ser cálido, pero sí demasiado seguro de sí misma. Su mirada se intensificó, y el aire a su alrededor pareció volverse más denso.—Clara, no puedes seguir luchando contra lo que eres. Luchar es inútil. Yo... te daré un propósito... tu verdadera herencia. Tú y yo podemos reconstruir todo esto juntas. T
Los límites de Luzbria eran un campo de guerra. La rabia de Kael lo consumía por completo. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, su respiración era pesada y agitada. La muerte de Nox, su hermano de manada, había desgarrado su corazón. Nox había caído en una batalla injusta, y Kael no podía olvidar la mirada en sus ojos antes de que sucumbiera. Ahora, con Kira, su hermana también herida, su dolor se multiplicaba. La idea de perder a otro miembro de su manada lo devastaba. ¿Cuánto más podía soportar? ¿Cuánto podía soportar ella la pérdida de su amado?—Acabaré contigo, Lucan. Y cuando termine, iré por Dorian. —Sus ojos brillaban con una furia incontrolable. La venganza era lo único que podía ver ahora.Lucan apenas pudo reaccionar antes de que Kael lo atacara con la rapidez de una tormenta. Los dos cuerpos chocaron en el suelo con un estrépito ensordecedor. Las garras de Kael se hundieron en el pecho de Lucan, arrancando pedazos de carne con cada golpe. Lucan intentó defenderse, pero
El aire en Valragh olía a ceniza y a magia corrompida. Los restos de la tormenta de cuervos aún oscurecían el cielo, como un mal presagio que se negaba a desvanecerse. En el centro del círculo, Clara caía de rodillas, sus manos temblaban, su respiración era un espasmo entrecortado. Gritó el nombre de Emma una y otra vez, pero la niña no respondió. Se había desvanecido, tragada por las sombras que Maerthys había invocado.—¡EMMA! —clamó entre sollozos, su voz desgarrada por la impotencia—. ¡No, no puede ser!Arthur la sostuvo desde atrás, arrodillado junto a ella, sus brazos envolviéndola para evitar que se desplomara por completo. No dijo nada; su silencio era más fuerte que cualquier consuelo. Él también sentía el peso de la pérdida, de la magia oscura que les había arrebatado a la pequeña sin dejar rastro.Entonces se oyó un crujido de ramas, seguido de pasos apresurados. Ragnar emergió de entre los árboles, cubierto de polvo y sangre seca. Llevaba a Kira en brazos, su cuerpo inerte