Narrado por Karina
La mañana llegó sin pedir permiso, colándose por las cortinas con una luz pálida que me obligó a abrir los ojos.
No había dormido mal, pero tampoco podía decir que descansé.
Había soñado con cosas que no quería recordar: la risa de Teo, un pasillo interminable, y una puerta que no se abría por más que empujara.
Desde la cocina llegaba el sonido de cubiertos y un olor leve a pan tostado.
Me quedé unos segundos mirando el techo, intentando decidir si quería empezar el día con entusiasmo por la cita que habíamos planeado… o con ese hueco incómodo que no sabía dónde poner.
Me levanté, recogí el cabello en un moño rápido y caminé descalza hasta la cocina.
Dante estaba de espaldas, con una camisa negra arremangada que le dejaba ver los antebrazos, y se movía con esa seguridad tranquila que siempre parecía tener cuando estaba en su terreno.
—Buenos días —dijo sin girarse, como si supiera que estaba ahí.
Me acerqué y tomé la pizarra que estaba sobre la mesada. *Huele bien*.