El amanecer en la mansión Fernández fue distinto aquel día. Isabella despertó temprano, no por ansiedad, sino por la serenidad de saber que los tiempos de lucha quedaban atrás. Cuando bajó las escaleras, encontró a su padre, Armando, revisando unos documentos en silencio, con una taza de café humeante a un lado.
—¿Lista? —preguntó él sin levantar la vista, aunque una sonrisa delataba la emoción contenida.
—Lista —respondió Isabella, ajustándose la chaqueta beige que había elegido para la ocasión—. No puedo negar que estoy nerviosa. Hace solo unos meses que no piso las oficinas del Grupo Fernández como alguien que forma parte de ellas. Después del regreso de sus padres, de la isla, Isabella le entregó la empresa a su padre
Armando dejó los papeles a un lado y la miró con seriedad, pero también con ternura.
—No eres la misma de antes, hija. Ahora eres más fuerte, más sabia. Y si algo aprendí en este tiempo, es que necesito tu mirada para que la empresa no solo siga siendo un legado,