El rostro de Cael se iluminaba con la luz azul del núcleo. Su piel, pálida y marcada por cicatrices frescas y otras antiguas era imposibles no notarlo, su piel parecía más sintética que humana.
—Fuiste creada para resistir, pero no para superarme. Y yo, fui creado para dominar —dijo, avanzando, lentamente —. Pero ambos nacimos de lo misma creación. ¿No ves que somos lo único real en este mundo corrupto, tu y yo podemos gobernar, como los mismísimos dioses?
Isabela no respondió. Su mirada se endureció.
Una luz dorada, emergía lentamente desde el centro de su pecho, pulsando con fuerza hacia afuera, quedando su cuerpo envuelta, que parecía una diosa.
—Tú eres el pasado —dijo ella con voz firme—. Yo… soy el fin de todo esto.
Y saltó, con todas sus fuerzas, y se lanzó hacia ella con todas sus fuerzas.
Cael se movía como una bestia. Cada golpe que lanzaba creaba ondas de choque.
Isabela lo esquivaba con precisión quirúrgica, sus sentidos amplificados por la energía que hab