Capítulo 3: La mejor de todas.

Salgo de la universidad temprano y decido ir por Pía a su ensayo, están preparando el recital de invierno como cada año, donde ella es una de las protagonistas de la presentación. El tráfico a esta hora de la tarde recién comienza a despertar, por lo que manejo con precaución.

Llego al estudio donde ensayan, antes de montar cualquier espectáculo en el teatro, veo la hora y decido entrar, porque le falta al menos una hora para que termine. El guardia de la entrada me deja entrar sin mayores preguntas, porque ya me conoce, lo hago con cuidado y en silencio para no distraer a nadie.

Me siento en la última fila de asientos, desde donde distingo a Sarita Gallardo, la directora del ballet, una mujer de unos cuarenta años, meticulosa, alegre y muy estricta.

—¡Paren, paren, por favor! ¡Me están matando! —la mujer sube al escenario, mientras todos la miran serios—. Florencia, ese «retiré» está mal… Pía, ven aquí —Pía se acerca con su actitud de bailarina y se para derecha frente a su maestra—. Hazlo.

Pía lo hace y Sarita aplaude.

—¡Eso es lo que quiero! Señoritas, aquí estamos en las ligas medias, esto es básico, el primer paso para hacer todo lo demás, si hacen mal esto… todo lo demás será terrible. ¡Otra vez, posiciones!

Pía regresa a la parte trasera con uno de sus compañeros, con quien apenas se miran, pero una vez que vuelven a iniciar y al parecer Florencia no me te la pata, Pía pasa por entre sus compañeras seguida por el chico. Al llegar adelante, él la levanta poniendo las manos en su cintura y Pía hace un movimiento en el aire, se me hace parecida a las bailarinas de aquellas cajitas musicales.

—¡No, Esteban, por favor! Para que se vea elegante, tus manos entre la cintura y la cadera. Si las manos van en la cintura, no le das altura, si las manos van en la cadera, la levantas demasiado… equilibrio, Esteban, equilibrio —se para atrás de Pía y le muestra dónde—. Observa.

Se lleva a Pía al lugar desde donde partió, hace de nuevo ese paso y al llegar, la toma y la levanta sin ningún problema, algo que no me extraña, porque Pía debe ejercitarse para levantar peso, pero también debe mantenerse delgada.

—¡Otra vez!

Vuelven al inicio y rehacen todo, esta vez Esteban la levanta bien, la baja y se miran al rostro muy cerca, ella pone un mano en su mejilla y comienzan a moverse como si fueran una pluma.

Hasta que Pía sale sola otra vez y hace un… ¿pas couru? Seguido de un grand battement y termina en el suelo con las piernas extendidas.

—¡Bravo, bravísimo, Pía! —aplaude Sarita—. Todos, lo han hecho maravilloso, así que ahora con música, desde el inicio.

Inician esta vez con música, Pía se mueve como si esos pasos fueran de toda la vida, sus movimientos son elegantes y la hacen ver como si flotara. Terminan la pieza y Sarita aplaude.

—Perfecto, es todo por hoy, mañana practicaremos la parte de Florencia y Joaquín. Recuerden que falta poco para el recital, así que esta semana terminaremos con los solos de parejas y desde la próxima será todo junto. Los veo mañana.

Todos aplauden unos segundos, veo que Pía baja las escaleras del escenario y se va a una de las sillas. Esteban la sigue, le dice algo que es evidente a mi prima no le gusta, lo que me borra la sonrisa y me hace ponerme de pie para ir por ella.

Veo que él le toma la mano y Pía se molesta, en la medida que me voy acercando, escucho la discusión.

—Esteban, te lo digo cada ensayo, no quiero salir contigo, salgo con alguien más…

—No te creo, siempre te veo sola.

—Eso es porque siempre te vas a los vestidores —se ríe ella—. Pero generalmente siempre vienen por mí.

—A ver, y ahora ¿dónde está ese «alguien» que no lo veo?

—Aquí —le digo con voz profunda—. Pía, cariño, ¿nos vamos ya?

Tomo su chaqueta y la ayudo a que se la coloque, Esteban no se mueve ni un poco, tomo el bolso de Pía y me lo cuelgo, pero él le sale al paso y le vuelve a rogar.

—Por favor, te juro que, si te aburres conmigo, no vuelvo a molestarte.

Lo tomo del brazo y lo aparto de ella, coloco a Pía tras de mí para enfrentarme al tipo, que es unos pocos centímetros más bajo que yo.

—Ella ya dijo que no, muy claro y varias veces. También te dijo que sale con alguien más, entonces… o te falta inteligencia o te falla la audición.

Esteban me empuja, pero no me muevo, hago lo mismo y se mantiene estático, nos acercamos para provocarnos, nuestras miradas evalúan al otro con desprecio. Veo que tiene los ojos de un negro profundo, parecido a los míos, su cabello castaño oscuro lo hace ver peligroso, pero a mí no me intimida.

—Ya, basta… Ángello, tú no eres así —me dice Pía parándose frente a mí y obligándome a mirarla a la cara—. Mírame, tú eres un ángel… vámonos.

Me toma de la mano y tira de mí, alejándome de Esteban, que se queda con mala cara.

Salimos a la calle y se ríe, la miro sorprendido de su reacción.

—¡Oye, eso estuvo intenso! Está bien que me cuides, pero no quiero que llegues a los golpes por eso, menos con mi pareja de baile, si le destrozas la cara, me dejas sin baile.

—Alguien más puede bailar contigo —le digo caminando molesto.

—Ya no, porque estamos encima del recital y no tendría reemplazo, por lo tanto, me quedo sin bailar.

—Lo siento, me comportaré la próxima vez.

—Eso espero, porque de esa manera será difícil que alguien se me quiera acercar —se ríe con esa risa jovial y espontánea. Subimos a mi auto, planeando lo que haremos—. Primero quiero una ducha, porque estoy muy sudada y apesto —dice colocando los pies sobre la guantera.

—No apestas, pero si quieres ir a darte una ducha, te llevo y te espero —le digo bajándole los pies—. Quiero ir a comer hamburguesas.

—No puedo subir de peso… —vuelve a subir los pies.

—Yo me como una hamburguesa y tú te comes una ensalada —le digo bajando sus pies otra vez.

—Eso es injusto… te comes una ensalada igual que yo y me pienso de ir contigo a comer —sube otra vez los pies.

—Está bien —digo suspirando con pesadez, porque por más que insista, no bajará los pies—. Pero luego del recital me debes una hamburguesa.

—Las que quieras, primo bello… ahora, vamos por mi ducha.

Emprendemos el rumbo a su casa, mientras hablamos de los nervios de saber quién será la elegida para el principal en el recital de fin de año, yo le insisto en que será ella, porque es la mejor, pero como siempre, ella me dice que prefiere esperar, porque no podrá manejar la presión de su cerebro ante la expectativa.

No me canso de verla hablar de su sueño, de lo que le gusta, sus ojos se iluminan, esos ojos uno verde y el otro azul, que la hacen ver única, al menos para mis ojos.

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