Capítulo 2: Espantando buitres.

Salgo de la ducha con rapidez, Pía me ha llamado hace diez minutos para decirme que quiere ir a una fiesta a la que fue invitada.

Pasará por mí porque quiere manejar su nuevo auto, le han dado su licencia de conducir hace un mes y le doy en el gusto, porque no puedo hacer más que eso, es mi prima consentida desde toda la vida.

Me pongo uno jean, una polo negra y una chaqueta verde musgo de cuello alto estilo militar, dejo mi cabello despeinado y salgo de la habitación, bajo las escaleras y llego a la sala.

Mi madre me ve aparecer y sonríe como siempre, la acompañan mis hermanas menores, Rebeca y Josefa. Nos llevamos por muy poco tiempo, yo tengo diecinueve, Rebeca dieciocho y Josefa diecisiete años. Qué puedo decir, mis padres no eran de esperar mucho, luego del tercer embarazo mi padre se practicó la vasectomía y mi madre se quedó mucho más tranquila cuando ella se puso un implante subdérmico, para descartar cualquier falla, eso porque hay antecedentes en la familia de que las operaciones no son del todo confiables.

Vivimos en la casa que fue de mis abuelos paternos, un lugar espacioso y hermoso, donde mi padre mantiene un jardín al que le ha dedicado tiempo desde su juventud. Precisamente lo veo allí, observando sus flores.

Voy con él, porque quiero pedirle una rosa para llevarle de regalo a Pía. Al verme abre los brazos y me abraza.

—Hijo mío, ¿a dónde tan guapo?

—A una fiesta, con Pía.

—Te cuidas y la cuidas a ella —me dice con tono amable más que de advertencia.

—Siempre, padre —me sonríe y saca una rosa.

—Me imagino que quieres llevarle una de estas —asiento y toma las tijeras de podar—. Vamos a cortarle las espinas, para que no vayan a dañar a la mejor bailarina del mundo.

Sonrío por sus palabras, porque muchas veces cuando era pequeño discutía con todos acerca de que Pía era la mejor bailarina que había visto… a los siete años no eran muchas.

Voy con mi padre a la sala, con la rosa entre mis manos, mis hermanas sonríen y se despiden de mí y corren a la cocina para buscar algún postre. Mi madre me dice que le dé mis saludos a Pía, le da un beso a mi padre y sube a la habitación.

Llamo a Pía, porque quiero saber si ya viene en camino.

—Pía, estoy listo —le digo en cuanto me responde.

—Siempre lo estás —se ríe la muy desordenada—. Ya voy a tu casa, estaré allí en unos diez minutos.

—¿Saliste hace mucho? —le pregunto preocupado.

—No, recién, luego de dejar tirado a Lorenzo después de suplicarme…

—Pía, envíame tu ubicación —la interrumpo, seguro que quiere apretar el acelerador.

—¡Ay no, otra vez no! —me dice molesta, pero no voy a ceder.

—¡Hazlo! Detente y envíame tu ubicación —le digo mientras camino de un lado para otro, mi padre me observa y se ríe —, porque no puedes llegar aquí en diez minutos, es un trayecto de al menos veinte ¡y sabemos que a esta hora hay tráfico!

—Aaggghhh… —ese gruñido le sale de lo profundo de su ser, escucho el sonido que indica que está detenida y eso me asegura que me hizo caso—. Te quiero mucho, primo, pero en verdad te pasas de sobreprotector.

—Te amo demasiado para dejar que hagas una locura así —se lo digo con honestidad, le hago una seña a mi padre y salgo de la casa.

—Y yo te odio demasiado, porque siempre termino haciendo lo que me pides. Te dejo, para concentrarme.

Me corta, miro el reloj y puedo creer que respetará la velocidad.

Siempre me he dedicado a cuidar de Pía, soy un año mayor que ella, pero eso no me impide protegerla de cualquier cosa, incluso de su imprudencia.

Cuando éramos pequeños, Lorenzo siempre nos metía a todos en problemas. Tanto Alex como yo aprendimos que no debíamos seguirle el juego, pero los demás se dejaban llevar por la diversión que mi primo prometía.

Y eso terminaba muy mal.

Una oportunidad, Lorenzo quiso excavar en el jardín de mi padre, porque supuestamente había un tesoro. El asunto es que salió pésimo, mi tía se molestó tanto con todos sus hijos, que los castigó dos semanas sin sus actividades favoritas. Todos lo aceptaron de buena manera, pero Pía lo pasó muy mal.

Tanto, que terminó enferma, con fiebre en cama, de tanto llorar.

Recuerdo que mi padre me llevó a visitarla, ella se aferró a mi cuello con sus cinco añitos, y me prometió que siempre iba a escucharme, porque hasta Alex esa vez fue castigado.

Me llega un mensaje que ya está afuera. Salgo corriendo para abrirle la puerta, la ayudo a bajar y luego la ayudo a subir, escondiendo tras de mí la mano que sostiene su regalo. Rodeo el auto, tomo asiento tras el volante y la miro.

—¿Sabes que es tonto eso que haces? —me dice asegurando su cinturón y le entrego la rosa para que ya no discuta más conmigo. La veo sonreír y negar con la cabeza.

—¿Qué cosa?

—Eso de ayudarme a bajar para luego ayudarme a subir, no entiendo por qué lo haces.

—Porque eso es lo mínimo que te mereces y para que cuando encuentres un hombre, si no hace estas cosas «tontas» por ti, entonces debes mandarlo al carajo.

—Exageras, además, los chicos de ahora no están interesados en hacer estas cosas.

—Yo las hago.

—Tú eres… tú. Eres único.

—No lo soy, debe haber alguno más por allí, sólo asegúrate de encontrarlo.

Salgo al tráfico. No me responde, se queda viendo por la ventanilla, de vez en cuando la veo acercar a su rostro la rosa para olerla.

Casi cuarenta minutos después, llegamos al lugar donde será la fiesta, busco un estacionamiento cercano a la casa y luego bajo, doy unos pasos y miro hacia atrás, Pía sigue sentada en el auto. Veo que me sonríe y me saluda, pongo los ojos en blanco mientras sonrío y niego con la cabeza, mi prima es una chica demasiado especial.

—Creí que encontrabas tontas estas cosas —le digo abriendo la puerta del auto y ayudándola a bajar.

—Puede ser, pero me gusta que lo hagas —se ríe divertida de mi cara.

Tira de mi chaqueta y me da un beso en la mejilla, abre la cajuela del auto y saca una botella de agua, vuelve hacia en el asiento del copiloto, bota un poco de agua en el césped y deja la rosa allí. Posa la botella entre los asientos y luego cierra el auto.

Caminamos de la mano, porque esa es nuestra jugada.

Al entrar, hay mucha gente, todos hacen algo, como bailar, beber, conversar, saltar a la piscina. Distingo a Alex y a Agustín, pero no voy a saludarlos, porque Pía tira de mí hacia la terraza y comienza a bailar, se mueve alrededor de mi cuerpo para invitarme a hacer lo mismo.

—Vamos, Ángello, tú tiene un excelente ritmo —golpea mi cuerpo con su cadera y me invita a bailar.

Me río y hago lo que quiere, porque siempre es así con ella. Cuando comienzo a moverme, ella ríe y levanta los brazos, dejándose llevar por la música, su abrigo sale volando a una de las sillas, dejando sus brazos al descubierto. Veo a unos chicos de reojo mirarla sin pudor, haciendo gestos con la cara que me provoca partírselas, así que hago lo de siempre.

Pongo mis manos en su cintura.

—¿Buitres? —asiento y ella disimuladamente mira por ahí, mientras se mueve al ritmo de la música—. Tienen cara de degenerados.

Pone sus manos en mi cuello y nos acercamos un poco más, bajo un poco para acortar esos dieciocho centímetros que nos separan y pego mi frente a la de ella. Nos seguimos moviendo canción tras canción, hasta que sale una algo más lenta que otras.

—Amo estas —me dice, abrazando mi cuerpo y enterrando su rostro en mi pecho—. Me hace pensar en cuando encuentre a ese hombre especial y me abrace así.

—Y yo me encargaré de que te respete —me mira y sonríe.

—Ángello, los dos sabemos que, como tú, no voy a encontrar nunca esa pareja que tanto he soñado, así que déjame meter la pata tranquila cuando llegue el momento.

La fiesta sigue a nuestro alrededor, luego de que termina la canción, ella me lleva a buscar algo de beber, nos encontramos con una de las chicas de la compañía de ballet, hablan un par de cosas y se ríen a carcajadas. La chica de vez en cuando me mira y se muerde el labio inferior, Pía me toma la mano y me dice.

—¿Seguimos bailando, amor?

—Por supuesto —le respondo besando su mano.

—No sabía que tenías novio —le dice la chica evidentemente molesta.

—Ya ves, no lo saben todo de mí.

Volvemos a la terraza, me quito la chaqueta y ella hace una expresión divertida.

—Uy, la cosa se puso seria.

Y así nos mantenemos en nuestro mundo, bailando, de vez en cuando con una caricia, un acercamiento, para que no nos molesten. Cerca de la una, Pía me dice que quiere marcharse, se despide de la anfitriona y vamos al auto.

—A la tuya o a la mía —le pregunto cuando me subo y pongo a correr el motor.

—A la tuya —responde con un bostezo—. Hay menos ruido los sábados por la mañana.

Asiento y hago el trayecto hasta mi casa con precaución, porque nunca se sabe cuándo te puede salir un conductor imprudente, sin dejar de pensar que mañana no es sábado.

—Sabes que conduces como viejito —se ríe adormilada.

—No me gustaría que nos chocaran, en especial porque eso podría perjudicar tu carrera.

—Eres un exagerado.

El resto del camino lo hacemos en silencio, sonrío al llegar a casa, porque ella no dice ni una sola palabra lo que significa que se durmió.

La cargo en mis brazos y me voy directo a mi habitación, muevo las cobijas hacia atrás, la recuesto en la cama, le quito los zapatos y la tapo. Entro al baño a lavarme los dientes y a colocarme la pijama, al salir ella está sentada en la cama medio dormida, se quita el abrigo y el brasier por debajo de la ropa, quedando con la blusa nada más.

—¿Quieres un pantalón más cómodo para dormir?

—Mmm…

Le busco algo en mi cómoda, se lo paso y me meto al baño. Veo volar el pantalón lejos de la cama y así sé que ya está lista, salgo y la veo con su cabello desparramado, sus ojos cerrados y la mano izquierda extendida como buscando algo. Me acuesto a su lado, ella se acerca a mí y me abraza tal como siempre suele hacerlo.

No me tardo en caer en mi propio sueño, uno donde me imagino cómo sería amarla a ella, de la misma manera que ahora, pero en lugar de verla como prima, poder verla como mujer.

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