CAPÍTULO 29

Detuvo el auto, consciente de que había sido una completa estupidez haber conducido tan alterada, es decir, si lo pensaba un poco podía darse cuenta de que ni siquiera recordaba el camino hasta el lugar donde estaba, es más, ni siquiera sabía qué era lo que había ido a buscar ahí, había sido como si una fuerza invisible la hubiera llevado inconscientemente a ese lugar.

—Necesito ir a casa —murmuró y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando sus ojos se fijaron en la persona que tocó al cristal de su ventana y se dio cuenta de quién era esa persona.

No debió ir ahí, ni siquiera sabía cómo había terminado en ese lugar, por eso respiró profundo mientras ocultaba su rostro entre sus manos y cerraba los ojos con fuerza para no ver lo que estaba pasando.

Y es que, aunque sonaba demasiado tonto, en su cabeza había una única idea rondando: su corazón la llevó a donde necesitaba estar, los brazos de Leobardo Alarcón, lo confirmó cuando salió del auto y se abrazó al fin a él.

—¿Pasó algo malo? —p
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