Estrella Bianco, madre soltera de un par de niñas que adoraba con todo su corazón, aunque nunca las gestó, jamás imaginó que aparecería alguien a intentar llevarse lo que decidió sería solo suyo para siempre; por su parte, Benjamín Anguiano, que buscó a ese par de niñas hasta debajo de las piedras por años enteros, por supuesto que no se dejaría ganar la custodia de ese par. Sin embargo, en la vida no todo es blanco y negro, hay un sin fin de colores intermedios y muchas opciones qué contemplar, ¿será que ellos encontrarán algo mejor qué hacer que pelear?
Leer más—¿Sigues con la idea de adoptar? —preguntó Kenya, amiga de Estrella desde que ambas se conocieron al ingresar al bachillerato.
Estrella Bianco posó sus azules ojos en su gran amiga, pues esa pregunta había salido de, aparentemente, la nada; sin embargo, sí, esa continuaba siendo su idea. Ella, que había aprendido que el amor fraterno no se condicionaba por la sangre exactamente, y que no soportaba nada a los bebés, decidió que sería madre por adopción cuando se sintiera lista para ser mamá.
Pero, a sus veintisiete años y medio, ella aún no tenía la necesidad de cuidar y amar a alguien de manera incondicional, por eso continuaba soltera, por eso no había investigado sobre las adopciones y, por eso también, ni siquiera había dejado la casa de sus padres aún.
» ¿Quieres ser víctima del nepotismo? —preguntó Kenya luego de ver a la que consideraba su mejor amiga asintiendo—... No, víctima no, serías más bien beneficiaria.
—¿De qué estás hablando? —cuestionó Estrella, sonriendo, pues la última aclaración la había dicho tan rápido que sonó un poco gracioso.
—Tengo un par de niñas sufriendo en el albergue —informó Kenya Alvarado, trabajadora social de la ciudad donde ambas mujeres vivían—, son apenas dos días y pasé la noche en un hospital porque lloran tanto que tienen fiebre. Se acaban de quedar huérfanas, y no hay quien las reclame... es como si sus dos padres, que murieron en un accidente, hubieran salido de la nada. Sin parientes a la vista.
—¿Y quieres que las adopte? —preguntó la castaña de cabello y ojos claros, sintiendo una rara incomodidad nacer en el fondo de su estómago, incluso comenzaba a sentir náuseas.
—Por ahora, quisiera que fuera su hogar de acogida temporal, en lo que encontramos algún pariente o pasa el tiempo requerido para que ellas califiquen para una adopción —respondió la cuestionada—. No tenemos familias de acogida disponibles, y de verdad necesitan mucho más que el albergue para estar bien, ¿quieres probar un poco lo que es ser mamá adoptiva?
Estrella miró mal a su amiga, eso sonaba medio cruel, no solo para las niñas, sino para ella que, tal vez, al final no se quedaría con ellas, y eso le dolería si es que llegaba a amarlas como a sus hijas.
» Amiga, estoy desesperada —declaró Kenya, revisando por cuarta vez su teléfono—, se sienten solas, necesitan mucha más atención de la que se les puede dar en un lugar lleno de otros niños, y yo tengo capacitación las próximas tres semanas, así que no las puedo llevar a mi casa, y no las quiero dejar en el albergue en esa condición.
—¿Alguna vez alguien te ha dicho que eres una terrible trabajadora social? —preguntó Estrella, continuando con su comida—, ¿no se supone que no debes dejar que te afecten las condiciones de los niños a tu cargo? Te falta objetividad, ¿no?
—Tengo corazón de pollo —declaró una azabache bajita de cabello liso y corto—, aunque me toca fingir que no para que no me corran, pero, si te soy completamente sincera, me la paso buscando e inventando más y mejores soluciones para ellos, incluso en mi hora de comida.
—¿Y qué tendría qué hacer para ser su hogar de acogida? —preguntó Estrella, medio emocionada por experimentar un poco de lo que en algunos años podría ser su futuro.
A tales palabras, la trabajadora social se emocionó demasiado, porque de verdad le estaba rompiendo el corazón la condición de ese par de gemelas que, al parecer, no tenían a nadie en el mundo para cuidar de ellas.
» ¡Espera! —exclamó de pronto la castaña, asustándose un poco más por una posibilidad que cambiaría su "tal vez" por un rotundo "no"—. ¿Cuántos años tienen ellas? Porque, te advierto que si son bebés no las voy a cuidar.
Kenya, que se había quedado sin respirar cuando la expresión de su amiga se tensó, volvió a respirar aliviada. Estrella era su mejor amiga, no había forma de que no la conociera, así que, si ese par hubieran sido bebés, por supuesto que no le habría ofrecido nada, pero, tal como ella dijo—: ya tienen más de dos, y van al baño solitas.
—Entonces déjame pensarlo un poco —pidió Estrella que, por ese miedo que completaba sus emociones al respecto de la situación, no se atrevía a decirle que sí—. ¿Cuándo necesitas una respuesta?
—Mañana —respondió Kenya y la castaña le miró asombrada—, de preferencia temprano, para que podamos hacer todos los trámites antes de que me vaya.
Estrella se talló las sienes con parsimonia, intentando calmar el dolor de cabeza cuando sintió la premura comenzar a pisarle los talones, y aun así no se atrevió a negarse porque, además de que le llamaba la atención, era un favor que le pedía alguien a quien apreciaba de verdad, y a quien le gustaba ayudar.
—Bien —soltó la empresaria tras soplar el aire que estaba en sus pulmones—, lo meditaré con la almohada y mañana tempranito te digo si me animé.
Kenya agradeció, y viendo la hora en su teléfono, que casi nunca dejaba de sonar cuando tenían niños nuevos en acogida, decidió terminar su media hora de comida y se despidió de su amiga deseando que su respuesta fuera un sí.
**
—¿Qué piensas? —preguntó Estrella, tirada en la cama de su madre, mientras esta, que se recargaba a la cabecera de su cama, le acariciaba la cabeza con parsimonia.
—¿Qué piensas tú? —preguntó Rebecca, notando el evidente nerviosismo de su hija, a quien le sonrió para que pudiera recuperar un poco la calma que le estaba haciendo falta para tomar la mejor decisión.
—Siento que es pronto —declaró la cuestionada y de nuevo sopló el aire que tenía en sus pulmones, intentando que se desapareciera la incomodidad de su estómago.
—Bueno —habló Rebecca, sonriéndole a su hija de una maliciosa manera—, un bebé ya no eres... además, la acogida es temporal, ¿o no?
—Eso también me preocupa —señaló Estrella luego de fulminar a su madre con la mirada por haber señalado su edad de tan mala manera—, ¿y si luego no quiero dejarlas ir y tengo que hacerlo?
—Entonces sabrás que estás lista para ser mamá de la manera en que decidiste hacerlo, ¿no crees? —cuestionó Rebecca y Estrella abrió los ojos enormes.
Su madre tenía razón, ella no se sentía lista, así que estaba bien que fuera temporal, solo por probar y, tal como Rebecca decía, si al final sentía que extrañaría a ese par de niñas, eso simplemente significaría que estaba lista para la maternidad que alguna vez soñó, pero a la que no se atrevía a ponerle fecha.
—Eres la mejor, mamá —aseguró la más joven, emocionada por la tremenda decisión que acababa de tomar, es de convertirse en el hogar de acogida de dos nenas que la estaban necesitando.
Estrella Bianco dejó la cama, tomó su teléfono y llamó a su amiga para informarle que aceptaría su propuesta y preguntar qué era lo que necesitaba, porque necesitaba prepararse mucho más que mentalmente, lo supo cuando su amiga le envió la lista de cosas por hacer y se arrepintió solo un poco de su decisión.
A ella le gustaba considerarse buena persona y hacer favores, pero no favores que requirieran un sacrificio de su parte, eso más bien le gustaba evitárselos.
Leobardo llegó a México al amanecer. Sintiendo el peso de su falta atorado en el pecho y la incertidumbre dibujada en el rostro abrió la puerta de su departamento, un espacio que siempre había considerado un refugio, pero que ahora no le reconfortaba para nada, pues, sin ella, le parecía vacío y frío, por eso se había ido de ahí, en primer lugar.El joven hombre dejó caer su maleta junto a la cama y se dejó caer sobre esta, mirando al techo, mientras su mente se llenaba con una sola imagen: Estrella.Agotado, Leobardo cerró los ojos y dejó que todo sobre Estrella se apoderaran de él, así, en cuestión de minutos, su cabeza y corazón estaban llenos de imágenes de la sonrisa luminosa de la rubia más bella que había visto jamás, de su brillante cabello ondeando bajo la luz del sol y de la manera en que sus ojos parecían hablar sin decir nada.Leobardo sabía que jamás podría escapar de lo que sentía por Estrella Miller Morelli, siempre lo supo. Él siempre supo que su corazón sería de esa j
—Esto sabe a mier…—¡Estrella! —exclamó Alexander tan alto que la rubia se estremeció y le miró casi aterrada para terminar por llorar—. Ay, perdón, amor, no te quería asustar, pero sabes que me molesta mucho cuando dices cosas desagradables.—Pero a eso sabe —excusó la mencionada intentando descifrar cómo apagar la tristeza que le hacía llorar, esa que se desató simplemente por ser llamada en una forma casi ruda, porque lo de su padre no alcanzó siquiera a ser un grito—. Debí elegir de agua en lugar de un vegano. Sabe horrible.—¿Ves? —cuestionó el hombre que conducía de regreso, con su hija al lado, tras comprar el café que le habían encargado y un helado vegano para su hija, porque se negó a uno de agua—, pudiste decir horrible desde el inicio y no estarías llorando.La rubia no dijo nada, se recargó bien a su asiento, miró por dos segundos por la ventana y luego cerró los ojos mientras respiraba profundo, entonces pidió apresurada a su padre que detuviera el auto, y corrió a un ja
—Tal vez no sea demasiado tarde —sugirió Rubén tras escuchar el sonoro suspiro de su mejor amigo, pero Leobardo no lo podía ver de esa manera, pues, tras todo lo que había pasado, y con lo bien que conocía a Estrella Miller, él podía hacerse una buena idea de lo que había ocurrido con sus hijos.—Ella dijo que no quería ser mamá —soltó Leobardo, mirando los resultados de su seminograma, ese que se había realizado un par de días atrás, luego de haber pasado días sin beber alcohol, en algún tipo de rehabilitación y donde confirmaba lo que no se atrevió a imaginar jamás: podía ser padre—, nunca quiso serlo y, luego de que yo la mandara al carajo pensando que me engañó, no debió haber nadie que la detuviera de interrumpir el embarazo.—Eres un idiota, amigo —declaró el médico y el que lo escuchaba asintió, pues idiota era justamente como se estaba sintiendo—. Entonces, ¿qué planeas hacer?—Nada —respondió Leobardo, sintiendo desde lo más profundo de su corazón que eso era lo único que po
—Insiste en que es estéril —respondió Estrella a la pregunta de su madre de cómo le había ido hablando con Leobardo Alarcón—, incluso me preguntó si mi hijo es de Benjamín, ¿puedes creer tal descaro?—No lo sé —respondió la madre de una joven que, como si fuera una leona enjaulada, iba y venía en un espacio de, si acaso, dos metros de largo—, yo no lo conozco mucho, ¿tú se lo crees?—¡No lo engañé, mamá! —explicó la rubia casi molesta, pues su madre no parecía estar enojada aun cuando le explicaba que Leobardo le había acusado de ser infiel.—Sé que no lo hiciste —aseguró la mayor—, te conozco bien, amor, solo digo que tal vez él cree en serio que no puede tener hijos, pero el cuerpo humano es tan impredecible y maravilloso que pudo haber cambiado sin que él se diera cuenta.—¿De qué estás hablando? —preguntó la rubia, caminando hasta su madre y tomando asiento a su lado—. ¿Qué tiene que ver el maravilloso cuerpo humano con lo que pasa conmigo y con Leobardo?—Bueno —habló Rebecca—, y
Abrió la puerta y lo primero que vio fue a ella, al gran amor de su vida, sentada en el sofá pequeño de su sala, mirando a, aparentemente, la nada; o fue así hasta que Estrella respiró tan profundo que su cuerpo se estiró un poco y abrió los ojos enormes antes de ponerlos sobre de él.—Siéntate, por favor —pidió Estrella, indicando con su mano el lugar que debía tomar.Eso fue extraño, demasiado, tanto que a Leobardo incluso se le olvidó lo aliviado que se sintió al no verla tan apagada y triste como se veía cuando él debió irse a ese viaje de negocios.—¿Sucede algo? —preguntó el hombre, atendiendo a su confusión—, ¿cómo te sientes?—Me siento mal —respondió la joven a pesar de que, en realidad, no se veía para nada mal; por el contrario, se veía un poco radiante y bastante firme y fuerte, como si estuviera muy bien.—Pues te ves muy bien —aseguró el hombre y la rubia inspiró hondo de nuevo, era como si buscara que el aire fresco que respiraba apagara algo en su interior, no sabía bi
El médico frunció el entrecejo al observar algo que tal vez ni él mismo entendía del todo, porque definitivamente ni Estrella ni su madre comprendían qué pasaba en ese monitor negro que de pronto mostraba manchas grises; y lo que parecía preocupación en el rostro del médico se transformó en preocupación en el corazón de las dos mujeres que acompañaban al médico que revisaba a la más joven de las dos. —Sí, esto confirma lo que sospeché por tus estudios —declaró el médico girando un poco la pantalla para que Estrella la pudiera apreciar mejor—, ¿puedes ver esta bolsita? Ese es uno de tus bebés…El corazón de estrella se detuvo por completo, igual que su respiración, porque escuchar la frase "uno de tus bebés" implicaba que había más de uno, y se lo confirmó el médico al mover un poco el aparato sobre su abdomen y mostrar otra de esas bolsitas que el médico mencionaba.» Y aquí está el otro —informó y terminó por sonreír, pero no de felicidad, sino por la gracia que le causaba la expres
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