Camila
Julián se había quitado el saco, la corbata y su camisa blanca tenía varios botones abiertos. Estaba sentado frente a la barra de la cocina, con su torso girado hacia mí. Me miraba con esos profundos ojos negros como pozos de alquitrán, ojos que me atrapaban.
Su presencia ya no me era extraña, al contrario, comenzaba a ser una roca fuerte a la cual me agarraba cada vez que alguna tormenta me sacudía, como Emilio o Marina.
Quería saber más de él, por eso me atreví a hacerle esa pregunta.
«¿Alguna vez te han roto el corazón?»
Parpadeó con lentitud, bajó los ojos al vaso con el whisky y acarició el borde con el dedo.
—Hace un año estuve a punto de casarme. —Sus ojos oscuros estaban fijos en los míos—. Ella se arrepintió en el último momento.
—Verónica Gil —dije y Julián apartó la mirada—. Lo siento. Octavio me habló de ella. No debí mencionarla.
Él alzó la mirada y sonrió. De nuevo esa sensación de que la nieve se derretía gracias a los rayos del sol.
—¿Y cómo no? Octavio siempr