Capítulo 18
La puerta de la casa en las afueras se abrió por fin.

Leonardo salió tambaleándose. A la luz de la luna, Aitana vio su cara deslavada, la mano apretada sobre el vientre; la sangre se filtraba entre los dedos y le había vuelto roja la camisa blanca.

—¿Estás herido? —la voz de Aitana le tembló; estiró la mano para sostenerlo.

Leonardo le sujetó la muñeca de golpe.

—¿Quién te trajo? —gruñó, ronco.

Aitana evitó su mirada. No explicó nada.

—Vete a curarte. A Dylan lo arreglo yo.

Leonardo tiró de ella hacia atrás; el gesto le abrió la herida y ni así se detuvo.

—Dylan está fuera de sí. Si entras, te entregas.

Aitana le rodeó los dedos manchados y presionó con la palma.

—Confía en mí. Voy a cuidarme.

Desde atrás llegó la prisa seca de uno de los hombres de negro:

—Señora López, ya lo vio. ¿Entramos?

—Ya voy —respondió Aitana. Le sostuvo a Leonardo la mirada un segundo; se inclinó a su oído—. Espérame.

Leonardo tragó. La manzana de Adán le subió y bajó como si fuera a decir algo, pero solo la
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