—¿Qué rayos haces aquí?
La presencia inesperada de Fernando, de espaldas mientras lavaba algo en el lavabo, la tomó completamente por sorpresa.
Daisy se había quedado a medias, con los pantalones casi por las rodillas.
Por suerte, aún conservaba la ropa interior; de lo contrario, la escena habría sido mucho más humillante.
Al ver la cara de Daisy —entre pasmada y furiosa—, Fernando se limitó a terminar de enjuagar unas fresas. La mirada de Daisy se endureció:
—¿Vienes a burlarte de mí o qué?
Como si no la oyera, Fernando secó las frutas y se acercó con un recipiente en la mano. Daisy, instintivamente, se hizo a un lado para evitar cualquier roce con él.
Por el gesto de su rostro, Fernando comprendió perfectamente el desprecio que ella sentía y dejó entrever un fugaz brillo en la mirada.
Al pasar junto a ella, se inclinó un poco y le susurró al oído:
—Bonita forma de piernas.
Daisy se quedó en silencio, apretando los dientes para contener la rabia.
Cerró la puerta del baño con un portaz