El trayecto de regreso a la residencia de Lion se desarrolló en un silencio muy diferente al de la ida. No era el silencio cómplice de antes, sino uno cargado de una energía oscura y vibrante que emanaba de Olivia. La fatiga de la jornada parecía haberse transformado en una tensión eléctrica que la mantenía rígida en su asiento, con sus ojos fijos en el paisaje urbano londinense que desfilaba tras la ventana, pero sin ver realmente nada. En su mente, solo había una imagen recurrente: el rostro burlón de Beatriz.
Creía haberla derrotado. Había sobrevivido a su secuestro, había desenmascarado sus mentiras ante su familia, y había visto cómo la justicia, al menos temporalmente, la encarcelaba. Pero Beatriz era como una mala hierba venenosa que siempre encontraba la manera de brotar de nuevo. Su liberación, orquestada desde las sombras por aliados inesperados, no era solo un revés; era una bofetada, un recordatorio de que el monstruo nunca estaba realmente muerto, solo acechando.
Y con es