7: Desgraciada, es tu culpa

En los siguientes días, practique para mi concierto día y noche sin parar. Necesitaba que mis piezas quedaran perfectamente ejecutadas. Aunque me había alejado del escenario durante tantos años, jamás había abandonado el violín. Pero estaba consciente de que, al no tener la presión por tocar pulcramente para el público, había bajado un poco la guardia. Pero, finalmente llegó el día y aquí estoy, sentada frente al espejo de mi camerino, haciendo ejercicios de respiración para controlar los nervios que me agobiaban.

Faltaban unos pocos minutos para salir al escenario, Karla ya me había deseado suerte y me había traído unas rosas azules, mis favoritas. Poco después llegó mi manager para hablarme antes de salir.

—Querida… estás magnífica. —Dijo al verme.

—Muchas gracias. —Respondí nerviosa.

—Mira, sé que puedes hacerlo. Aunque no se hayan vendido todas las entradas, si logramos vender una cantidad considerable, es la mejor forma de volver al escenario y sé que lograrás cautivarlos y ganártelos, no cabe duda que sigues siendo la mejor. —Dijo tratando de consolarme, a pesar de que no sabía si reír o llorar.

—Suena bien. —Musité apenas.

—Pues, hay que darle. —Indicó ella haciéndome espacio para que saliera primero que ella del camerino.

Camino por el largo pasillo con luces cálidas y tenues que dibujaban siluetas danzantes en las paredes, cada vez que alguno de los empleados de la producción pasaba por este. Al llegar al final del pasillo, paso a tras bastidores y finalmente voy a las escaleras del costado derecho del escenario, deteniéndome frente al primer escalón mientras me repito mentalmente, “Tú puedes, tú puedes, tú puedes”. Aprieto el mástil de mi violín y subo con cuidado de no tropezar con mis tacones y la falda larga de mi vestido.

Sin embargo, a pesar de lo que dijo mi manager con respecto a las entradas, cuando salgo y me dirijo al centro del escenario, me vuelvo para mirar al público antes de iniciar, con los nervios a flor de piel y me encuentro con que las butacas están completamente vacías. Y justo en ese momento, mi celular suena con un mensaje de texto recibido.

Lo saco para ver de qué se trata y resultó ser de Caleb:

—No me cansaré de decírtelo, desgraciada. Tú eres la culpable de haberme hecho quedar en ridículo frente a mi tío Lion y arruinaste mis posibilidades de recibir un ascenso. Eso que ves frente a ti, las butacas vacías es el reflejo de lo que le importas a la gente y tu castigo por joderme la vida. Además… después de tanto tiempo sin tocar, tu técnica debe ser lamentable. Tal parece que te hice un favor.

Cargada de rabia, aprieto el celular y con fuerza levanto la mano para lanzarlo, pero al recordar mi precaria situación económica, no me quedó de otra que contenerme. Guardo el aparato en mi bolsillo nuevamente, dejo el violín a un costado junto al arco y me cubro el rostro con ambas manos, al tiempo en que me derrumbé en cuclillas, desesperada, mientras que mi manager y Karla corrían hacia mí sin saber qué hacer.

En ese instante, un estruendo inesperado nos obliga a levantar la mirada, las pesadas puertas del auditorio se abrieron al mismo tiempo. Seguidamente Andrés, el asistente de Lion, entró acompañado de una gran cantidad de empleados de su empresa y entre tanto se acomodaban en sus asientos, él subió al escenario para hablarme.

—Señorita Olivia. Esperamos llegar a tiempo. En Winchester Inc. Queríamos ofrecerles un concierto a nuestros empleados como beneficio corporativo, pero me temo que no pudimos conseguir suficientes entradas. —Alegó el pelinegro. —¿Quisiera saber si podemos comprarles las entradas que nos faltan después del evento? —Preguntó sonriente.

—Por supuesto que sí. —Respondí profundamente agradecida con los ojos inundados de lágrimas que ahora eran de felicidad. —¿Todo esto fue idea de Lion? —Pregunté encantada.

—El señor Winchester, no esperaba que Caleb fuese tan mezquino y tan pronto se enteró de lo que hizo, tuvo que improvisar con los empleados. —Respondió él.

—Lion… ¿Él también está aquí? ¿Vino a verme? —Pregunté ansiosa.

—Me temo que no, estaba muy ocupado. —Respondió el asistente con firmes palabras.

Aunque su mirada lo delató al desviarse hacia una figura alta y misteriosa parada en las sombras de una esquina alejada del auditorio. Él estaba allí, no necesité explicación para entenderlo todo sin que me lo dijeran, Así que, sin más preámbulos, volví al centro del escenario con el corazón colmado de gratitud. Este era mi primer concierto en años, mi regreso al mundo que tanto amaba. De no ser por mis apuros económicos, incluso habría tocado gratis en el parque. Por eso, valoré profundamente el gesto de Lion.

Cuando apoyé el violín bajo mi mentón, un estremecimiento recorrió mi espalda. No era solo el contacto con la madera fría, era como si los años de silencio y espera se condensaran en ese instante, palpitando bajo mis dedos. El arco, al rozar las cuerdas, emitió una primera nota tenue, casi temblorosa, como una flor abriéndose al amanecer. Contuve la respiración. Era la misma melodía de siempre, pero sonaba distinta: más honda, más vívida, como si cada vibración contara no solo mi historia, sino las heridas que había aprendido a vestir con dignidad. Tocaba con la urgencia de quien había amado, perdido y encontrado de nuevo su centro.

Con cada compás, mi miedo se disolvía y daba paso a una ola cálida de certeza. El violín ya no era una extensión de mi cuerpo, era mi alma misma hablándole al mundo, aliviando mi dolor, pidiéndome permiso para renacer. Las notas se derramaban como una confesión íntima, como un susurro indomable que solo yo podía traducir. Ya no importaban las butacas vacías o los mensajes malintencionados. Allí, sobre este escenario rescatado del abandono, comprendí que mi talento no era un adorno para impresionar, sino un hogar al que siempre podría regresar.

(***)

Al finalizar el concierto y recibir una ovación de pie, me despedí y bajé del escenario, mi manager dio unas palabras de despedida y seguidamente al bajar del escenario, corrió a verme.

—Olivia, no sabes lo orgullosa que estoy de ti. Te felicito. —Farfulló entusiasmada. —Te lo aseguro, tu talento sigue intacto e incluso está mejor que antes.

—Muchas gracias, significa mucho para mí que lo digas. —Le agradecí apresuradamente. —Discúlpame, debo hablar con alguien… —Y sin más tiempo que perder, dejé el violín en sus manos y salí corriendo.

Lanzándome a la búsqueda de la figura que había visto en las sombras del auditorio, escurriéndome entre la multitud, sosteniendo la falda de mi vestido con ambas manos para no tropezar mientras corría tan rápido como los tacones me lo permitían, hasta que milagrosamente pude alcanzar el auto, justo cuando Lion estaba encendiéndolo, ágilmente me interpuse en su camino impidiendo que avanzara, rodeé el coche y me subí al asiento del copiloto.

—Olivia… No te esperaba…

No había tiempo para explicaciones, solo debía decírselo ahora que la adrenalina bombeaba por mis venas.

—¿Quieres casarte conmigo?

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