La casa de Karla, que usualmente era un refugio de estilo y calma, ahora estaba sumida en una quietud pesada y dolorosa. Olivia había logrado llevarla a casa, una Karla sonámbula, con la sonrisa valiente que había mostrado al abuelo de Ethan ahora completamente desvanecida, reemplazada por un vacío desgarrador. La había ayudado a cambiarse, y ahora Karla estaba sentada en el suelo frente al sofá, con las piernas recogidas contra el pecho, una botella de vino tinto a medio terminar al lado y una copa que nunca parecía vaciarse del todo en su mano.
Olivia observaba desde la masada de la cocina, con el corazón oprimido. Cada sorbo que Karla daba era un puñal para ella. Era diferente. A Olivia la vida le había enseñado a construir murallas desde niña. El desprecio de sus padres, la traición de Caleb… eran heridas con las que había aprendido a convivir, cicatrices que la hacían más dura. Pero Karla… Karla había sido cultivada en el cariño. Su familia, a pesar de sus defectos, la adoraba. E