(NARRACIÓN EN TERCERA PERSONA)
A la mañana siguiente.
La luz del amanecer se filtraba suavemente entre las cortinas de seda, pintando la habitación de tonos dorados. Lion no había dormido. Se había limitado a cerrar los ojos, manteniendo los sentidos alerta a cada cambio en la respiración de Olivia, a cada pequeño movimiento entre las sábanas.
Cuando ella se agitó y emitió un gemido, él estaba ya completamente despierto, estudiándola con sus ojos celestes antes de que los suyos siquiera se abrieran.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —Preguntó el rubio, con su voz áspera por la noche en vela, intentando averiguar cómo se sentía ella en ese momento.
Olivia parpadeó, sorprendida al encontrar su rostro a apenas a unos pocos centímetros del suyo. Por un instante, Lion vio el eco de la pesadilla en sus pupilas dilatadas, una sombra del miedo residual, la sombra de su pasado tortuoso, pero entonces ella respiró hondo y la máscara de optimismo volvió a colocarse en ella.
—Estoy bien… —Murmuró