(Narra Olivia)
La oscuridad era absoluta, en la habitación. Extendí las manos frente a mí, pero no podía verlas. El aire olía a polvo y a madera encerada, como si la habitación hubiera sido sellada años atrás y nadie se hubiera atrevido a entrar desde entonces. Mi respiración sonaba demasiado fuerte en mis oídos, entrecortada, como si el miedo me hubiera robado el control de sus propios pulmones.
—No es aquel sótano clandestino. —Me repetí en un susurro. —Estás en tu casa. En la habitación de una de las mucamas. —Continué intentando mantenerme consciente y serena, pero me resultaba imposible.
Pero mi mente no entendía de razones cuando mi cuerpo recordaba el pasado. Entonces, un escalofrío me recorrió la espalda. Podía sentir las cadenas alrededor de mis muñecas, aunque sabía que no estaban allí. El eco de las risas de los secuestradores resonaba en mi memoria, mezclándose con el crujido de la madera bajo sus pies.
—No, no, no… —Murmuré, apretando los puños hasta que las uñas se me