La suite del Grand Hotel Edelweiss se había convertido en un vestidor de alta costura y un arsenal. Sobre la cama, Olivia contemplaba dos vestidos. Uno, un modelo de seda color champán, elegante y discreto. El otro, un Valentino rojo pasión, un escote pronunciado y una falda que era un desafío. Era el vestido que Lion le había regalado para su primera gala benéfica juntos, una noche en la que ella aún se sentía como una intrusa.
—Lleva el rojo —dijo la voz de Lion desde la puerta. Ya vestía un esmoquin impecable, pero su rostro era una máscara de tensión contenida.
Olivia lo miró a través del reflejo en el espejo. —¿Estás seguro? Parece... un anuncio.
—Eso es —afirmó él, acercándose. Sus manos se posaron sobre sus hombros desnudos, y ella sintió el calor a través de la fina tela de su camisón—. Es un anuncio de que no tenemos miedo. De que no nos estamos escondiendo. Ella espera verme con una mujer asustadiza, pálida, que necesita protección. Le mostraremos a una reina.
Sus palabras e