El silencio dentro del conducto de ventilación era absoluto, roto solo por el zumbido lejano de los servidores y los gritos amortiguados de los guardias que recorrían el chalet. Samuel, compactado en el espacio estrecho, no se movió. Su cuerpo, entrenado para la eficiencia absoluta, consumía el mínimo de oxígeno. Sus sentidos, amplificados hasta lo inimaginable, mapeaban el caos exterior a través de las vibraciones en el metal.
—Samuel, informe —la voz de Gabriel en su oído era un hilo de calma artificial.
—Dispositivo desplegado con éxito. Estoy comprometido. Las salidas principales están bloqueadas. —Su voz era un susurro metálico, sin rastro de pánico—. Los guardias están realizando una búsqueda sistemática. Se dirigirán a los puntos de acceso no convencionales en 90 segundos.
En la furgoneta, Gabriel maldijo suavemente. Su mirada se encontró con la de Andrés, quien ya estaba revisando el plano del chalet en una tableta.
—No puede salir por donde entró —dijo Andrés, su dedo señala