Capítulo — Lo que el tiempo no borró
El cielo de Montevideo se había nublado temprano.
En el aire se sentía el aroma a tierra húmeda y a despedidas que nunca se dijeron.
Manuel Castro estacionó su auto frente a una vieja clínica de rehabilitación.
No sabía exactamente por qué había ido, ni qué esperaba encontrar.
Solo sabía que el nombre Rogelio Duarte lo había perseguido durante días.
Había intentado no hacerlo.
Podría haber enviado a alguien a investigar, comprar información, o fingir indiferencia.
Pero ya no quería herencias ni negocios, solo quería saber si lo que su padre le había dicho era verdad:
que aquella mujer —la única a la que había amado— había muerto dejando un hijo suyo.
Respiró hondo.
El portón metálico se abrió, y un hombre salió despacio, con el paso cansado de quien ha peleado demasiadas batallas contra sí mismo.
Tenía el cabello canoso, una barba descuidada y la mirada limpia de alguien que, después de mucho perder, había decidido empezar a ganar de a p