Capítulo — Carta a un hijo que no me conoce

La casa estaba en silencio.

Un silencio que dolía más que cualquier grito.

Manuel cerró la puerta con lentitud y se quedó apoyado en ella unos segundos, respirando hondo.

El eco de las palabras de Rogelio aún lo perseguía, como si el aire las repitiera:

“Tu padre la echó cuando estaba embarazada.”

“Si no hubiera sido por mí, ese niño no estaría aquí.”

“Ella nunca te culpó.”

Se dejó caer en el sillón del despacho de su casa.

Nunca volvió a vivir a la mansión Castro.

Cuando regresó del extranjero, compró aquella casa en Carrasco: ni lujos, ni demostraciones, solo un lugar donde aparentar una vida tranquila con el dinero de su padre… hasta que Susana falleció.

El fuego de la chimenea seguía encendido, pero el calor no alcanzaba para derretir el hielo que cargaba adentro.

Sobre el escritorio, el retrato que siempre lo acompañaba lo observaba desde la madera gastada: Sandra, joven, radiante, con esa sonrisa que lo había marcado para si