Capítulo — La Cena del Alma
El aroma de la comida casero flotaba por toda la mansión.
Las luces del comedor estaban encendidas, y la mesa, impecable: servilletas dobladas, copas limpias, y ese aire de hogar que Victoria había olvidado sentir durante demasiado tiempo.
Clara, desde la cocina, dio la última orden:
—Felipe, llevá el vino, por favor.
—Ya voy, doña Clara —respondió el enfermero con su voz alegre, entrando con dos botellas en la mano—. ¡Y mirá que hoy tenemos invitados de lujo!
Victoria y Samuel entraron juntos, de la mano.
Por un momento, el silencio se extendió como un soplo de sorpresa.
Ernesto, sentado en su lugar habitual, los observó con ojos húmedos.
La imagen de su hija, sonriendo de verdad después de tanto tiempo, era la mejor medicina.
Felipe se acercó con una sonrisa traviesa.
—Bueno, bueno, mirá quiénes vienen tomaditos de la mano. Si no me equivoco, esta casa está por celebrar algo grande, ¿no?
—Felipe… —dijo Victoria con una mezcla de ver