Capítulo — Pequeñas victorias
La mañana había comenzado con la dureza habitual de Victoria y más aún con lo que pasó esa noche .
Después del desayuno, mientras revisaban juntos las carpetas de contratos en el despacho del hotel, ella clavó su mirada en Samuel, fría como un bisturí.
—Quiero dejar algo claro, Duarte —dijo, cruzando los brazos sobre el escritorio, sus uñas repiqueteando contra la tapa de madera—. Lo de anoche no cambia nada. Nuestro acuerdo sigue siendo un contrato, nada más. Y quiero que lo cumplas al pie de la letra.
Samuel levantó apenas la cabeza. Sus dedos se detuvieron sobre el bolígrafo con el que estaba subrayando un documento, y la tensión en sus nudillos se hizo visible. La observó en silencio unos segundos, como si quisiera atravesar esa coraza que ella volvía a alzar. Sus ojos tenían un brillo extraño: cansancio, sí, pero también firmeza.
—Está bien —contestó al final, despacio—. Seguiré el contrato al pie de la letra, señora Victoria.
El “señora V