Volví a ver a Octavio al mediodía.
Entró en la habitación con un aire de culpabilidad, y me besó la mano.
Mi corazón se estremeció de manera violenta, presintiendo lo peor.
—Elena, Esteban se aferraba demasiado a mí —se excusó—. Lloró desconsolado cuando hablé de dejarlo. La casa es amplia, ¿podrían quedarse a vivir con nosotros?
Cerré los ojos, decepcionada, conteniendo la amargura que brotaba en mi pecho.
Apenas la noche anterior había prometido que al amanecer se irían y no nos afectarían, pero ahora quería retenerlos.
Él, Dolores y Esteban eran una familia. ¿Y yo, dónde entraba en aquella ecuación? ¿Qué significaban nuestros años de amor? ¿Mis mil noches de espera?
El dolor, la injusticia y la rabia hervían en mí. Mordí mi lengua con fuerza para tratar de contener el llanto.
Después de secarme las lágrimas, abrí los ojos para hablar con mi compañero de alma de cinco años. Y descubrí a Dolores y a su hijo en mi habitación.
—Elena, no culpes a Octavio. Solo le duele ver llorar al niño. Tenía mucho miedo de que se enfermara. Octavio ayudó a Esteban a venir al mundo y lo crio día a día. Es natural su apego. Te aseguro que cuando crezca, le explicaré que Octavio no es su padre. Claro, si nuestra presencia te molesta, nos iremos ahora mismo...
Disfrutaba de mi palidez mientras ostentaba su intimidad. Pero mi mirada se clavó en la pulsera de Esteban, hecha con anillos de hueso.
En aquel momento, la respiración se me fue cortando poco a poco. Apreté las sábanas con rabia mientras las lágrimas ardientes caían sin cesar. Alcé la mirada hacia Octavio y, con la voz tan ronca, que hasta a mí me aterró, dije:
—¿Qué lleva en su muñeca?
A los dieciocho años, entré por primera vez en el bosque de Niebla Sangrienta para la cacería de Luna Sangrienta, la cual duraba un mes.
Mi padre, para protegerme, había contratado al cazador dorado de la manada Luna Plena, Octavio, el cual costaba una millonada.
Era un lobo formidable, a cuyo lado aprendí mucho.
Pero después de terminar la cacería, emboscaron a Octavio. En pleno combate, dispararon clavos de plata de manera simultánea.
Sin pensarlo demasiado, me interpuse.
Octavio sobrevivió. Pero el clavo se hundió en mi hueso esternal, a un centímetro del corazón.
Después de despertarme en la enfermería, él lloraba, arrodillado.
—Desde hoy, mi vida es tuya. Te protegeré por siempre.
Tras aquello, talló dos anillos con el fragmento óseo extraído con el clavo.
—Elena, juro ante la diosa lunar que te seré leal por toda la eternidad. Nunca te abandonaré.
Quizás había sido la luna de aquella noche o la intensidad de su mirada, que ese mismo día iniciamos nuestro amor.
Ahora, aquel anillo de lealtad se encontraba convertido en una pulsera en la muñeca de su hijo.
Octavio evitó mi mirada. Su boca se abrió inútilmente varias veces sin decir una sola palabra más, mientras una sombra de triunfo cruzaba el rostro de Dolores.
—¿El anillo? Octavio se lo regaló al nacer. Desea que Esteban sea fuerte como él...
—¡Cierra la boca! —De repente, el aterrador mandato de Octavio la interrumpió—. ¡Váyanse!