La apariencia de Octavio me dejó asombrada.
Su cabello, antes impecable, colgaba algo desordenado, sus ojos estaban hundidos, y tenía una barba de varios días. Nada de un cazador orgulloso.
No dije ni una palabra. Intenté entrar. Su mano atrapó mi muñeca.
—Ha pasado tanto tiempo sin vernos, ¿no tienes ni una palabra para mí?
Me detuve en seco.
—Nada.
Después de escucharme, su tono se llenó de esperanza.
—Elena, Dolores y el niño ya se fueron. Reconozco mi error. Dame una oportunidad. Vuelve conmigo. Todo será como antes.
Retrocedí un paso y liberé mi brazo.
—¿Volver? ¿Adónde? ¿A ver la felicidad familiar de ustedes tres?
—Elena, no digas eso. Esa noche solo cuidaba a Esteban. Juro que eso jamás se repetirá.
Me miró, angustiado.
—Dolores solo fue la esposa de mi compañero. No tengo ninguna relación con ella. Por favor, perdóname esta vez. Vuelve a casa conmigo.
Era un excelente actor. Seguía su actuación al pie de la letra. De pronto, solté una risa.
—¿Me tomas por tonta? Ese día Dol