Capítulo 2
Ante la llegada de madre e hijo, Octavio mostró algo de sorpresa y pánico, dándose la vuelta para observar mi reacción.

—Elena, no malinterpretes la situación —respondió—. Ella es Dolores del escuadrón de cazadores de la manada. Su compañero de alma era mi colega en la misión... Murió hace poco. Solo los ayudo por compasión.

Su explicación resultó frágil. Los ojos del niño eran idénticos a los de Dolores, pero su cara era la viva imagen de la de Octavio. Con un vistazo, supe que era su hijo.

Intenté hablar, pero Dolores, con sus ojos enrojecidos, se apresuró a entrar con el niño.

—Elena, sé que están preparando la ceremonia de marcado. No quiero molestar, pero el niño es pequeño. Llora noches enteras por su papá hasta perder la voz... No tengo ningún tipo de remedio...

—Buscar al padre es la naturaleza de los niños. Pero Octavio —interrumpí la actuación de Dolores y me devolví hacia Octavio—, ¿eres tú su padre?

—Por supuesto que no. ¿Cómo tendríamos un niño así sin marcarnos? El padre de Esteban murió salvándome. Solo los ayudo y el pequeño me llama «papá» por cariño —dijo, dedicándole una mirada de advertencia a Dolores—. Deberías aclarárselo al niño para que no se confunda.

—Sí... Se lo explicaré cuando crezca...

Su actuación con aquella mujer me atravesó como una daga de plata. El dolor nubló mi vista por completo. Me froté los ojos y me di la vuelta hacia la habitación para no verlo.

—De acuerdo, Octavio, te creo. Como familia de tu colega, ayúdalos. Es tarde, así que iré a descansar.

—Elena, no te enfades —dijo, siguiéndome, con voz preocupada—. Solo estarán esta noche. Mañana se irán sin causar ninguna molestia...

Pero Dolores lo interrumpió con voz angustiada:

—Octavio, en estos diez días sin ti, el niño no ha comido y prácticamente no duerme. Mira cómo te llama... ¿Podrías acompañarlo esta noche? Sabes lo que Esteban significa para mí. No soporto verlo sufrir.

Los quejidos del niño detuvieron en seco los pasos de Octavio.

No respondió, pero su cara se llenó de preocupación, mirándome con cierta angustia.

—¿Elena?

—Ve —respondí —. El niño es pequeño. El sueño afecta su crecimiento. Y dado que su padre murió por ti, debes cuidarlos.

—Sabía que lo entenderías —repuso, antes de voltearse, aliviado—. No te preocupes. Volveré en cuanto se duerma.

Dicho esto, tomó al niño con destreza, balanceándolo en un brazo y con el equipaje en el otro, caminó directo hacia la habitación invitada. Dolores sonreía a su lado. La espalda de los tres parecía una familia perfecta.

Mi corazón cayó a un abismo helado. El frío lo entumeció al punto perder todo sentido común.

Esa noche, Octavio no regresó.

Observé la puerta hasta que la luz de la luna se fue desvaneciendo poco a poco.

Al amanecer, los cinco años de amor que sentía por Octavio desaparecieron para siempre.

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