Recuperé el sentido cuando Mateo me llevaba a casa. Al abrir la puerta, me detuve en seco.
—Sabes, Octavio, no es por otro. Simplemente, ya no te quiero.
Dentro de mi cuarto, evité el abrazo de Mateo y le dije: —Perdón por arrastrarte a su odio.
—¿Y si lo hice a propósito?
Él me abrazó con dulzura.
—Elena, te quiero desde niños. Cuando quise declararme, ya tenías compañero del alma. Permíteme luchar por ti ahora. ¿Déjame ser tu compañero del alma?
Su aliento caliente rozó mi oreja. Un aroma a pino y manantial emanó enseguida de su cuerpo, envolviéndome por completo.
Sentí a mi lobo interior, silencioso por tanto tiempo, estallar en una profunda y renovadora alegría.
Nunca volví a ver a Octavio desde entonces.
Hasta el final de la cacería de Luna Sangrienta.
Mateo me tomó la mano y me guio a un espacio silencioso del bosque.
La manada Luna Sangrienta ansiosa esperaba allí. Al vernos, se transformaron en lobos, aullando de gozo bajo la indescriptible luna.
Entre nubes con forma