Me senté en la camilla de la clínica privada y, muy cerca, escuché el susurro de mi mejor amiga.
Unos segundos después terminó la llamada telepática y volvió el rostro hacia mí.
—Tranquila, todo está arreglado. Saldrá justo como planeaste.
Asentí apenas, con la voz serena: —Ajá.
En ese momento llamó a la puerta mi sanador privado, llevaba la carpeta clínica en la mano y el gesto grave.
—Señora Luna Diana, debo confirmar por última vez su voluntad antes de la intervención.
Abrió el expediente, me miró a los ojos con renovada seriedad: —El cachorro ya está casi a término; interrumpir la gestación ahora dañará mucho su cuerpo… Además, este niño ha sido difícil de concebir… ¿Está completamente decidida?
Lo observé sin el menor temblor en la mirada y respondí sin titubeos: —Estoy decidida.
Titubeó y volvió a preguntar: —¿Hay alguien que la acompañe?
¿Acompañarme?
Solté una risa seca.
Esos parientes que repiten “es por tu bien” solo urden trampas a mis espaldas, me engañan y me adormecen, es