Capítulo 8
El rostro de Rose se volvió ceniciento; los labios le temblaron mientras intentaba abrir la boca para justificarse.

Pero sus suegros no eran ingenuos; hacía tiempo que percibían algo extraño.

Su nerviosismo—sumado a mi comentario cargado de intención—había echado raíces de sospecha.

—Rose, este cachorrito… ¿es realmente de tu sangre? —preguntó la suegra, ceño fruncido y tono grave.

—¡Claro que lo parí yo! ¡Mamá, cómo puede dudar de mí!

La voz de Rose se quebró; apretó al cachorro contra su pecho como si cualquiera pudiera arrancárselo.

Esa tensión excesiva solo la delataba más.

El suegro endureció el semblante y decretó sin réplica: —Mañana mismo harás una prueba de ADN.

Rose vaciló; se quedó pálida como ceniza sobre la nieve.

En ese instante el Alfa Nate, que había permanecido al margen, por fin intervino. El gesto le mutaba a cada segundo; fruncía el entrecejo como si recién entendiera la escena.

Se acercó y me miró con voz ronca: —Diana… jamás pensé que todo llegaría a esto.

Solté u
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